No suele ser buena cosa cuando de un espectáculo teatral se dice que es frío. Sin embargo en este caso es un elogio. La contención ... de los personajes y de los intérpretes, la frialdad quirúrgica con que se exponen los hechos, el aliento fantasmal de lo que fue una de las cimas de la barbarie... Todo va formando una historia con toque de teatro documento que nos sitúa ante el encuentro imposible (en la realidad no ocurrió) entre el escritor Primo Levi, que pasó por un campo de exterminio nazi, y el médico suizo Maurice Rossel, visitante, testigo, víctima o cómplice. Su testimonio es el de un hombre derrotado, sin que sepamos dónde radica exactamente dicha derrota.
La obra va creando una enorme presión sobre el espectador. El peso de la duda. La que rodea a Rossel, la que nos asalta a cualquiera imaginando aquel espanto. La presión de la imposibilidad de entender. Los intérpretes forman parte de esa niebla húmeda de horror. La crean. Sin aspavientos, sin grandes frases, sin concesiones. Nos sirven el espanto.
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