La agenda portátil
Cumplir los 60: tan joven y tan viejo como un Rolling StoneLos nacidos en 1963 cambiamos este año de década pero aún nos vemos como promesas con futuro. Lo mejor está por llegar: vamos a creerlo, aunque sea mentira. Va por vosotros
Ese no soy yo. Ese tipo que tiene mi cara, lleva mi nombre y usa mi DNI ha cumplido esta semana 60 años, pero yo, ... que soy el que va dentro de ese cuerpo, no me reconozco en esa edad. Me sigo viendo como el joven curioso que siempre fui, el chaval que mira hacia el futuro cargado de proyectos, la joven promesa que aún tiene que dar mucha guerra, en su oficio y sobre todo en la vida. Cultivo a menudo la memoria, pero solo para tomar impulso. No volvería a ninguna edad anterior: como mucho, me plantaría en la que tengo, pero pisando nuevos charcos mientras me dejen. Cuantas más cosas aprendes más te das cuenta de que tu incultura es oceánica. Siempre somos principiantes, cantó Rafael Berrio. Él era de mi quinta pero partió: nos quedan su música y su poesía, eternamente jóvenes, y su mensaje. Yo quiero ser siempre un principiante.
Vivo rodeado de gente que este año cumple los 60: somos muchos los que nacimos en 1963, hijos del 'baby boom postbélico retrasado', como decían los libros de texto de mi hija, que se ríe así de nuestra 'multitudinaria' generación. Aprendimos en aulas de más de 40 alumnos y hacíamos cola en los columpios porque 1, había pocos juegos infantiles en aquellas calles en blanco y negro, y 2, éramos demasiados ante la escalerilla de la txirristra.
Hoy estamos razonablemente bien de salud: hemos encontrado el punto que compensa con largas caminatas (hasta maratones, los más osados) los excesos de un buen vino o una larga sobremesa, aunque de vez en cuando un cáncer o un infarto se lleva a alguien cercano y nos recuerda que las balas silban cerca. Muchos tenemos sueldos decentes porque somos igualmente hijos de tiempos de bonanza, sobre todo comparados con quienes vienen detrás, y también, habrá que decirlo, porque nos lo ganamos: hemos metido todas las horas.
Aprendimos pronto que no quedan billetes de tren hacia las utopías: nos fue calando el escepticismo como el sirimiri de octubre, pero seguimos abriendo el paraguas con esperanzadora ingenuidad. Hay futuro, aunque sea a corto plazo. Compaginamos el 'carpe diem' con los intentos por mejorar el entorno, aunque solo sea por nuestros hijos. Al final hemos descubierto que por encima o por debajo de las ideologías con mayúsculas y los mandamientos de las grandes religiones solo cuentan tres o cuatro reglas fundamentales: vive sin intentar joder al prójimo, alegra la vida de quienes te rodean y, mientras te dejen, es preferible reír que llorar. La gente es mayoritariamente buena, aunque hay malvados con mucho mando y amargados con grandes altavoces.
Hemos aprendido que la vida se resume en disfrutar el presente y no joder al prójimo: los tópicos son verdad
He comido en baretos secretos de Tokio, viví dos meses en Nueva York, me conmovieron los amaneceres del Nilo y salí empapado de las caratas de Iguazú, pero mi patria es el gabarrón de la bahía de mi pueblo. Me reía de esa filosofía donostiarra de «no hay nada en el mundo como esto», pero vivir aquí sí tiene algo de Lotería; al menos, el reintegro. Durante décadas pensamos que nuestra guerra y paz sería eterna. Por fortuna terminó: repito una vez más que es una lástima que quienes ya dicen que «matar es malo» no lo descubrieran mil muertos antes.
Sigo de vacaciones, pero escribo esta columna porque dar a la tecla es una de las cosas que más disfruto: hacer periódicos me gusta casi tanto como leerlos. La vida, ya sabes, se reduce a unos pocos infinitivos esenciales: amar, conversar, caminar, comer, beber, mirar o leer.
Quise ser Tom Wolfe y escribir en The New York Times, pero tampoco está mal El Diario Vasco: llevo tantas décadas que ya estoy en el 'top' de los más veteranos. No fui Larry King, pero qué feliz era con mis 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ahora quiero ser tiktoker o lo que toque.
Cumplo 60 y sigo el largo viaje en la nave que comanda la princesa rubia con la energía siempre feliz de nuestros dos hijos en la sala de máquinas. Cuando cumplí los 40 escribí un autorretrato que hoy mantengo, aunque en el selfie de ahora salga alguna cana más: soy tímido pero escribo de mí porque soy el hombre que mejor conozco. Tengo muchos amigos cocineros, pero nunca he disfrutado tanto en una mesa como con los huevos con patatas que me daba mi madre. Y aún hoy, 27 años después de su muerte, cuando paseo por La Concha pienso que voy a encontrar a mi padre.
Cumplimos 60 la quinta del 63, eternamente joven. Como Edurne Ormazabal o como Jokin Bildarratz. Como Arantxa Tapia, Josu Jon Imaz o Maddalen Iriarte. Como Fermin Muguruza o Ane Gabarain. Como Tarantino o Brad Pitt. Como mis colegas/colegas Elisa López o Alberto Surio. Y tantos otros (perdón por las ausencias). La semana que viene ya hablaremos de regatas y del queso de Ordizia. Hoy toca Sabina: me siento «tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone». Lo mejor está por llegar: vamos a creerlo, aunque sea mentira.
mezquiaga@diariovasco.com
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