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¿Para qué incidir en lo que todas las redes ya han comentado? La mejor película española de 2018 no tiene ni la mejor dirección, ni el mejor guión, ni los mejores intérpretes, ni la mejor banda sonora, ni la mejor fotografía ni, por supuesto, el mejor montaje. Pero eso sí, la han visto tres millones de espectadores y ha llegado a soñar con competir por el Oscar. Además ha contribuido a que a quienes antes se les llamaba de todo («subnormales» o cosas peores…) y hasta hace poco se les consideraba «discapacitado» ahora se les tenga (con razón) por héroes. Nos alegramos. De ahí a que resulte de recibo que para unos cuantos cientos de los 1.700 miembros de la Academia de Las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España sea ese el gran filme del año pasado hay un abismo. Se diría, por lo menos poco… científico. Muy humano, eso sí. Por otra parte sería bastante cruel recordar que el siglo anterior su director, el director de 'Campeones', ganó otro Goya por una película tan poderosa como 'Camino'.

Esa gloriosa incoherencia fue el remate a la trigésimo tercera gala de los Goya que volvió a ser el descalabro, descuadernamiento y desastre acostumbrado y que televisivamente estuvo realizada de manera asaz zarrapastrosa. Los maestros de ceremonia fueron progresivamente nadeando en la nada por mucho que fueran y sean Silvia Abril (que no se lo monta mal en Bajo el mismo techo) y Andreu Buenafuente.

Lo mejor no fue el discurso de Jesús Vidal por mucho que haya que decir lo contrario porque sonó reivindicativo y emotivo sino las últimas palabras grabadas, otro día y en otro lugar, de Narciso Ibáñez Serrador. Acosado, cercado, por la neblina fatal de una de esas enfermedades que te arrebatan los recuerdos, dijo que acaso ese Goya de Honor recibido le ayudaría, precisamente, a lo contrario. A no olvidar. A no olvidar que fue el Amo y el Señor de nuestras primeras pesadillas. Y el antepasado de esa cuadrilla de hermosas criaturas del fantástico que le homenajeaban el escenario: Plaza, Bayona, De la Iglesia, Cortés y tantos más. Del Toro incluido.

Dos chistes para el recuerdo. Uno con el punto preciso de incorrección política y deambulatoria, ese que describió la vida de Pablo Echenique (el que dijo que Errejón de algo tenía que comer hasta mayo) como un 'continuo travelling'. No pasó nada. Entre otras cosas porque en una entrega magnífica del programa Roast Battle el político ensillado ya le había espetado a la cómica Marta Flich que si seguía por donde iban sus tiros él se levantaba y se iba. Lógicamente no hizo ni lo uno ni lo otro. Tampoco abandonó los Goya. Se hubiera perdido el momentazo de Maxim Huerta, cuando el ministro influencer tranquilizó a los presentes sobre la hipotética largura de su discurso: todos sabían/mos que él era… 'breve'.

Por lo demás, Amaia (la cantante) orgullosa de sus axilas peludas, Penélope de Chanel, Sorogoyen con un inspirado smoking de Scalpers e Itziar Castro (la última musa de la Semana de Terror donostiarra) vestida por Trio´s y Rubén Ochandiano calzado por Louboutin.

Ah, también ganó 'Carmen y Lola'. Como no podía ser de otra manera: amor lésbico entre gitanas. Escándalo en la comunidad y directora mujer. Furia. Provocación y… celuloide muy planito. Pero por trigésimo tercera vez, a ratos (muchos) el cine pareció importar poco en Sevilla. Eso sí, honor y gloria a Josu Incháustegui, premio a la mejor fotografía por 'La sombra de la ley'. Empezó de cameraman en 1995. Con el Salto al vacío y el 'Pasajes' de Daniel Calparsoro.

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