El Bellas Artes muestra la modernidad de Eduardo Chillida y Godofredo Ortega Muñoz
La exposición, que reúne 21 obras de ambos artistas, permanecerá abierta hasta el próximo 30 de septiembre
Gerardo Elorriaga
Miércoles, 26 de junio 2024, 08:50
La rápida mirada parece establecer diferencias sustanciales entre la escultura abstracta del guipuzcoano Eduardo Chillida (1924-2002) y la pintura figurativa del pacense Godofredo Ortega ... Muñoz (1899-1982), pero la exposición que los reúne en el Museo de Bellas Artes de Bilbao demuestra insólitas similitudes en una apreciación menos presurosa. «No se hallan en lo evidente, sino en el trasfondo. En ellos siempre hay algo más de lo que se ve», advierte Javier González de Durana, comisario de esta cita que cierra el ciclo BBKateak, iniciativa que, durante dos años, ha permitido exhibir 64 encuentros entre 110 artistas de la colección. Esta última muestra, inaugurada este martes, permanecerá abierta hasta el próximo 30 de septiembre.
Las sorprendentes similitudes formales entre sus obras desvelan, a juicio del artífice del proyecto, que ambos compartían ideas y objetivos, y apelaban a un cierto sentido de la modernidad, aunque con dispares recursos estilísticos y contenidos conceptuales. «Los dos se valen de una estructura soterrada», indica y remite a la tierra como un elemento esencial que también los unía. El mundo rural concita la atención de Chillida y Ortega Muñoz. Uno y otro dirigen su mirada al campo, ya sea a través de los aperos o el barro cocido, en el primer caso, o los vastos campos de labranza, en el segundo.
La construcción de espacios bidimensionales mediante líneas del territorio es otra de las coincidencias entre los dos protagonistas. Además, el comisario aludió al interés común por el horizonte como foco de la atención, la aparición de cruces de caminos o 'topalekuak' y la existencia de ecos orientales tanto en las caligrafías del escultor como en los terrenos ondulados del extremeño que semejan jardines japoneses.
La exposición se despliega a través de 21 obras que establecen un sutil diálogo y generan una atmósfera llena de sorprendentes acercamientos. «Se conocieron, aunque no hubo influencias mutuas», apunta González de Durana, coordinador artístico de la Fundación Ortega Muñoz. Su biografía es muy diferente. «Proceden de contextos sociales y geográficos muy diferentes», señaló durante su intervención en la presentación de la muestra.
El pintor procede del medio rural y viajó a París en 1920, en plena crisis de las primeras vanguardias, circunstancia que le empujó a trasladarse a Italia en la búsqueda de la sencillez de los autores primitivos. Durante dos décadas, viajó por Europa Oriental, el norte de África y Turquía antes de regresar a España y comenzar a crear. Miguel Zugaza, director de la pinacoteca, aludió a palabras del artista y profesor Jesus Mari Lazkano, para explicar este singular abordaje de la naturaleza. «No mira el entorno, pinta lo que piensa, se proyecta en el paisaje», señaló. «Sus obras son la puerta de entrada de un lugar nunca antes visitado».
La trayectoria creativa de los dos autores confluyó entre las décadas de los años 50 y 70. Su conexión más importante tuvo lugar en la vigésimo novena edición de la Bienal de Venecia, celebrada en 1958, en la que España estuvo representada por una colectiva en la que destacaba la abundante presencia de Chillida y Ortega Muñoz. Ambos también formaron parte del jurado para elegir el autor del retablo en el santuario de Arantzazu. Según el comisario, la predilección por Lucio Muñoz demostró su apuesta por los nuevos lenguajes expresivos.
La recurrencia formal, presente en el trabajo de ambos, habla de una común intención por dar cuenta, quizás de forma obsesiva, por sensaciones que se hallan más allá de lo que aprecia la vista menos sosegada. «En el sentido de proyección inconmensurable hacia la espiritualidad, para Chillida el mar es metáfora de lo infinito y para Ortega lo es la extensa amplitud de los campos», alega.
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