Atormentado por sus sombras
Hace 40 años, el canadiense Richard Hambleton llegó a Nueva York. Pintó cientos de negras figuras en sus calles y le llamaron 'Shadowman'
Todo lo que queda fuera del haz de luz proyectado por la linterna está en oscuridad, y enmarcado a ratos en el errático círculo hay ... un hombre con un viejo traje manchado pintando apresuradamente una figura negra en la pared. De fondo se oyen sirenas de la Policía. La escena, grabada en un vídeo casero, sucede en el Lower East Side de Nueva York en 1979, hace 40 años, cuando Richard Hambleton acaba de mudarse de su Vancouver natal (Canadá, 1952). Allí había dejado un reguero de siluetas esbozadas en blanco en el suelo y salpicadas de pintura roja, como las que se dibujan en la escena de un asesinato, pero falsas. Su intención era sorprender al transeúnte, al igual que con las 'sombras' que sirvieron para bautizarle como 'Shadowman'.
En unos meses, para el verano de 1980, había sembrado las calles con centenares de sus presencias -solo en la Gran Manzana, unas 450-, que asaltaban al doblar cualquier esquina, en un callejón siniestro, en lo alto de una cornisa. Asustaban, especialmente de noche, recortadas contra los ladrillos, apoyadas en una columna, encogidas de hombros, como esperando algo. A otras la cabeza parecía explotarles, como si recibieran un tiro a bocajarro. Todas goteaban, y eso las hacía más siniestras.
Le pasó al cineasta Oren Jacoby al toparse con una de ellas en aquellos primeros tiempos, cuando nadie sabía qué significaban y por qué estaban allí: «De repente, vi una figura y realmente pensé que era alguien que estaba a punto de saltar sobre mí. Luego me detuve y me di cuenta de que era solo una imagen», recuerda. Entonces no conocía a Hambleton, pero luego sí, y muy bien, porque rodó a lo largo de ocho años un documental con él y sobre él premiado en el Tribeca Film Festival de 2017, pocos meses antes de la muerte del artista, que casi no llega a ver la cinta que contaba su azarosa vida, finalizada a los 65 años por culpa de un cáncer de piel que no quiso tratar y castigada de forma sistemática por las drogas. Jacoby dice que tardó tanto por falta de fondos y porque el artista no cooperaba demasiado.
En la cinta queda claro que Hambleton usaba el arte para enfrentarse a sus propias sombras interiores, y una de ellas era sin duda su adicción a los estupefacientes: «Creo que vivió para las drogas en ese momento -dice en el filme una de las personas que lo frecuentaron de joven-. Casi todos los que conocía a nuestro alrededor estaban interesados en ellas, pero sentí que él era uno de los que realmente lo estaba llevando más lejos». El comisario de arte Rick Librizzi lo confirma así: «Sus hábitos hacían que Basquiat (muerto por sobredosis a los 27 años) pareciera un 'boy scout'».
Ratas y jeringuillas
Cuando Hambleton cambió las paredes por el lienzo, el éxito fue inmediato, llegando a cotizarse cada vez más al alza, con cuadros que mostraban sus apreciadas sombras y derivaciones de estas. Expuso en el Museo de Arte Moderno y en la Bienal de Venecia, ciudad que llenó con sus figuras, como después hizo con París, Roma, Londres y, más tarde, en Berlín, donde las pintó a ambos lados del Muro. Mario Suárez, periodista especializado en arte y comisario, valora la contribución de 'Shadowman': «Cuando el arte urbano cruzó la frontera de lo callejero para llegar a las galerías y museos, todo el mundo recuerda a Haring o Basquiat, pero Hambleton fue también pionero en introducirse en el circuito más comercial. Su obra caminó hacia lo contemporáneo de una manera más salvaje, más expresiva y violenta, hasta el punto de que su uso del aerosol caminaba más hacia la vanguardia artística convencional y menos hacia el muro, como si el lienzo, por ser más institucional, necesitara más potencia semántica. Su trabajo es tan potente y directo que de él siguen bebiendo muchos creadores, urbanos o no».
Pero el éxito no pudo enderezar la pendiente por la que empezó a deslizarse por culpa de su enfermedad y sus adicciones. A partir de los 90, se fue hundiendo, igual que su prestigio, hasta acabar viviendo en la calle; pasó un año durmiendo en una antigua estación de servicio, donde sus obras eran pasto de las ratas, aunque él seguía creando. Si no tenía pintura, usaba la sangre de las jeringuillas. Basquiat dibujó una vez una calavera sobre una de sus sombras. «Al menos Basquiat, ya sabes, murió -dice 'Shadowman' en el documental-. Yo, sin embargo, seguí vivo cuando morí... Ese es el problema».
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