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Asomarse al abismo y contarlo
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Las fotos no hacen justicia a la experiencia de 'Hondalea': así es el viaje hasta el seno de la casa del faroLa obra artística de Cristina Iglesias plantea un problema que es a la vez un aliciente: es difícil contar con palabras las sensaciones que ... sucita la visita. 'Hondalea' es una experiencia, y por eso ni los vídeos ni las fotos hacen justicia a lo que encuentra quien entra en la casa del faro: ese gran vaso de bronce cubierto cíclicamente por las olas recreadas, el envolvente sonido del mar y la luz que va cambiando provocan un efecto hipnótico. Cuanto más rato estás dentro más tiempo quieres pasar. Es como ver el mar, pero un mar 'según la artista', inspirado por las costas de Jaizkibel o la propia trasera de la isla.
Dice Cristina Iglesias que esta obra artística incluye toda la experiencia del viaje, desde el mismo momento en que embarcas en el muelle. Y así es. La idea de navegar hasta una isla para descubrir una escultura estimula ya los mejores instintos. Subes a la motora y empieza el viaje. Si hay suerte puede incluso tocarte la nueva embarcación, recién estrenada, doblemente sostenible con sus placas de energía solar y su motor eléctrico. Ayer los responsables del astillero de Bermeo donde ha sido construido el prototipo supervisaban su funcionamiento.
Una vez en la isla empieza el ascenso hasta la casa del faro, una empinada rampa que quizás han olvidado quienes hace tiempo que no visitan Santa Clara. La accesibilidad de las personas con diversidad funcional es una cuestión por resolver, pero también es una cuesta exigente para los no habituados. El esfuerzo merece la pena: ya arriba, la vista de la bahía reconforta, con la banda sonora de las gaviotas que se han adueñado del entorno.
Es hora de entrar a la casa. Antes te avisan: sujete bien las gafas o cualquier objeto, porque será difícil de recuperar si cae al abismo. Eso ocurre cuando entras a la obra: un paseo sobre el abismo por la pasarela que bordea el interior del edificio. Asegura Cristina Iglesias que propone «asomarse al abismo de la naturaleza y a la vez asomarse al abismo del interior de nosotros mismos». Es una obra de características épicas, por su coste, tamaño y desafío técnico que supone, pero también íntima.
Suena el ruido envolvente de las olas, entran las aguas sobre el bronce, brilla la luz cambiante. Y al salir vuelves al paisaje, bajas hasta el espigón, navegas al muelle. Una escultura así en un museo, o en un lugar de acceso más fácil, sería interesante, pero con mar por medio goza de un 'glamour' artístico añadido.
El sábado comienzan las visitas de los ciudadanos. En la ciudad de los debates ya circulan sentencias. Hay críticas legítimas: es caro, de complicada accesibilidad y «recrea» una naturaleza que ya está ahí mismo, a la vuelta del acantilado. Es un debate tan viejo como el mundo: la naturaleza imita al arte, el arte imita a la naturaleza. Vivan 'Hondalea' y opinen. Esa obra será punto de peregrinación para aficionados al arte de todo el mundo, un gancho añadido para la ciudad que podemos disfrutar ya los indígenas. Y contarlo.
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