Illunbe, Cadaqués: un viaje que ojalá fuera una metáfora

Escribo en tierra daliniana: empecé la semana en Illunbe y termino en Cadaqués. Y escribo con dudas: como ya tenemos tanta confianza tras tantos sábados compartidos les confesaré que hasta última hora no sabía cómo enlazar estas líneas. Seguimos en una situación compleja, mucho mejor pero aún repleta de dudas, y da reparo hablar de viajes, en plan exhibicionista, al viejo estilo. Pero a la vez pienso que mi 'road movie' de esta semana podría ser una esperanzadora metáfora que alivie el sábado. Antes que hablar de generalidades opto por la primera persona, esa que es la mejor que conozco, como bien saben los fieles portátiles.

El domingo pasado regresé a Illunbe a por mi segunda dosis de Moderna, volvió a maravillarme la organización y el trato (esta vez me tocó una jovencísima pero eficaz y amable enfermera) y salí dando gracias otra vez a Osakidetza y a la vida. En este largo y agitado proceso se han hecho muchas cosas mal, pero bastantes más cosas se han hecho bien, y cuando dentro de diez años juzguemos este tiempo hallaremos episodios terribles pero también valoraremos la fuerza ciudadana e institucional que nos sacó de esto tan rápido (y eso que creo que esta fea pandemia aún nos reserva inesperados giros de guion que nos harán retroceder algunos pasos). También advertía el gran Dalí que los recuerdos son como las joyas: los más brillantes suelen ser los falsos.

Así que tras el pinchazo, y sin apenas efectos secundarios, vinimos a aprovechar unos días de fiesta en Cadaqués, como en los viejos tiempos: es la primera escapada postpandemia al antiguo estilo. Cadaqués evoca paz: hace más de 25 años viajábamos malhumorados por una Costa Brava repleta del peor turismo cuando descubrimos este paraíso escondido tras una carretera de curvas. Es como una isla pero atada al continente.

Desde entonces siempre hemos vuelto al lugar donde vivió Dalí, donde creció la 'gauche divine', mezcla de naturaleza envolvente y de cultura vitalista, y donde tan bien se está siempre que no sea agosto. El Cap de Creus es estos días mi Igeldo y el Melitón o el Maritim los bares para unos blancos del terroir y para anchoas con pan y tomate.

Aquí renacen también el turismo y la vida, con las precauciones, con menos mascarillas, aprendiendo otra vez. En la vida siempre somos principiantes: ya lo éramos antes del virus y ahora aún más. Terminemos pues con Dalí: «No tengas miedo a la perfección porque nunca la alcanzarás». Esta página es hoy un ejemplo. Como cada sábado.

Es un escritor que deja huella a quienes le leemos: Héctor Abad Faciolince escribe de Colombia pero su aldea es nuestra aldea. Aún circula por aquí 'El olvido que seremos', la película de Fernando Trueba basada en el estupendo libro que cuenta la vida y asesinato del padre del autor. A Abad le gusta Donostia, donde en el pasado dio charlas memorables, y esta semana ha gozado a fondo la ciudad con la periodista Sasha Correa y Andoni Luis Aduriz de cicerones. Tuvo cenas en el Narru y en Mugaritz, compró libros en Lagun y visitó en la isla Hondalea, que le maravilló, cuentan quienes le acompañaban. Dice que volverá. Hondalea sigue recibiendo visitas ilustres (los del Club de Creativos, por ejemplo) pero parte de los ciudadanos 'apuntados' en la web para la visita fallan a última hora, mientras otros esperan. Hay que pensar otros métodos para facilitar el acceso. En eso están en el Ayuntamiento.

El domingo tuvimos ración extra de AstraZeneca de donostiarrismo. Quienes nos acercamos al Principal con 'De aquí de toda la vida' gozamos con Oscar Terol, Ane Gabarain, Karlos Zabala, Kike Díaz de Rada y el pianista Josetxo Fernández de Ortega de una irónica sesión de diván donostiarra, dentro del aniversario de la Unión Artesana. Fueron saludables y curativas risas.

mezquiaga@diariovasco.com