Históricamente los que venían del Tour siempre llegaban con un punto más de forma que el resto, lo que les hacía disputarse la victoria en ... el Boulevard. Pero los tiempos han cambiado y lo que se vio en la Clásica es que tres corredores que brillaron en el Giro y otro que llevaba camino de hacerlo de no ser por una caída, el propio Ciccone, se clasificaron entre los ocho primeros mientras que apenas hubo señales de los que venían de hacer una buena general en París.
El mejor situado fue Oscar Onley, decimotercero, que llegó a dos minutos en el grupo principal mientras que Roglic, gran animador en Erlaitz y en la aproximación a Murgil trabajando para Van Gils, lo cerró en la posición 22. Tobias Johannessen apenas dio señales de vida y perdió comba muy pronto. Benoot y Powless, que sí estuvieron en Francia, trabajaron allí para sus líderes sin el desgaste físico y mental que supone estar 21 días siempre en cabeza, y pudieron explotar sus condiciones en carreras de un día aunque les faltó chispa para estar en la pelea por el triunfo.
Así las cosas, los que corrieron el Giro se comieron la tostada. La carrera en Erlaitz quedó en un mano a mano entre Del Toro, el gran favorito después de su exhibición en Ordizia, y un Ciccone que no se ponía un dorsal desde su caída en la grande italiana cuando en la etapa de Eslovenia se vio atrapado por una montonera a la salida de una curva en los kilómetros finales. A sus 30 años y con menos victorias (12) en su palmarés que la clase que atesora, a pesar de los tres parciales que tiene en la corsa rosa, supo explotar su mayor experiencia ante el mexicano, que se entregó demasiado tras coronar Erlaitz.
Los otros que estuvieron en el Giro y se dejaron ver en las primeras posiciones fueron Luke Plapp, que ganó la etapa de Castelraimondo, y Scaroni, que hizo lo propio en San Valentino. Así que la victoria de Ciccone, que acabó con una sequía italiana de 22 años en el Boulevard, supo muy rica. Casi como la focaccia.
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