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La danza catárquica de 'La sala de baile'.

'La sala de baile', un grafiti musical

Retablo histórico silente de palabras, esta coreografía de un siglo es una de las obras más estilizadas y singulares del cine europeo

Guillermo Balbona

Miércoles, 9 de marzo 2016, 14:32

Medio siglo expresado en un ecosistema. El paso del tiempo encerrado en un espacio acotado con sus códigos, leyes no escritas y costumbres.

Este no musical puro, 'Le bal' ('La sala de baile' en nuestro país), es crónica de ritmo y danza, de gestualidad y miradas, de disposición formal y juguete coreográfico. Ettore Scola, el cineasta italiano recientemente fallecido, que se despidió con ese delicioso homenaje a Fellini, 'Qué extraño llamarse Federico', una figura que merece un lugar de honor en el cine europeo, agitó lenguajes, dibujó una cartografía de baile, seducción y deseo, y dejó que un puñado de cuerpos de hombres y mujeres escenificaran el discurrir de la pasada centuria. 'Le bal' es un ejercicio de estilo, sí, pero también un poema de manos en la cintura, de pasos adelante y atrás, de pasarela armonizada y de iconografías entrelazadas. Cuerpos, miradas y vestidos desvelan épocas, acontecimientos, costumbres, movimientos fundidos por melodías y tiempos. Scola compone un pentagrama particular, exento de diálogos, donde la vida de más de media centuria asoma en un viejo salón de baile que, a modo de máquina del tiempo, permite viajar desde 1983 hasta el pasado para volver luego al presente.

Modas, comportamientos sociales, costumbres conforman este gran 'flashback' cinematográfico donde lenguajes y criaturas buscan pareja.

Rodaje, tiempo narrativo y de ficción y crónica rotunda acaban fundidos y confundidos desde que un anciano barman pone a funcionar un aparato de música. Entonces empieza la vida, los rituales, las expresiones, las emociones, las frustraciones. "La mirada es espejo del ser del hombre".

Y ahí instala el cineasta de 'Macarroni' un trayecto desde los años 30, cuando el Frente Popular francés otorga protagonismo a la clase obrera, para danzar, dejarse llevar, cambiar el paso o mantener el equilibrio sobre la cuerda floja del tiempo: la amenaza de la ocupación nazi, así como la liberación del país y el homenaje a la Resistencia, la llegada de soldados estadounidenses del bando aliado, mientras se suceden los sonidos y los ritmos del jazz, del rock and roll y la samba, antes de mayo del 68 y el embudo final hacia la discoteca. Candidata al Oscar a la mejor película extranjera, Oso de Plata en Berlín al mejor director, 'Le bal' es ilustración y recreación, metáfora y espacio simbólico a través de una banda sonora de Vladimir Cosma y la adaptación de una producción musical de la Troupe del Teatro de Campagnol.

Hay exploración y deseo, silencios aunque la música sea constante, ilusiones y espejismos, sueños rotos y representación, versiones e historias entrelazadas. El milagro de 'Le bal' es que la Historia con mayúsculas se construye entre los mimbres de historias pequeñas y de pasajes breves, como los son los bailes y la propia vida. Canciones de amor, sentimentalismo, romance y sexo, represión y libertad en un gran retablo de teatralidad y escenificación que Scola rompe con un montaje que mezcla ligereza y talento, humor y amargura, posesión musical y fragmentación de imágenes. Entre tanta uniformidad formal y escaso riesgo, el director de 'Una jornada particular' saca pecho desde la originalidad, no tanto por la ausencia de palabra como por la composición formal, la sutileza para eludir lo teatral y ese retrato plural constante de personajes tan diferentes como diversos. Con guiños al cine mudo, el lenguaje corporal es el eje que vertebra expresiones y emociones, entre anécdotas, posos y poses, que rezuman la arqueología del siglo, la fugacidad de las cosas, los asideros necesarios.

Mosaico social, histórico y cultural

La comunicación no verbal, el juego de miradas, la cómplice universalidad, las transiciones encajadas con naturalidad, la pista de baile como un mundo pequeño, marcan y enmarcan este mosaico social, histórico y cultural. El fuera de campo también es sonoro y lumínico, desde aviones a sirenas, y la fragmentación y disgregación son otros factores que Scola vertebra mediante otra danza contenida en la intrahistoria del filme: esa entraña de arquetipos y detalles que datan épocas, crean símbolos y narran con gestos y vestuario, son melodías y estilos, objetos y modas. El cineasta es director y orquesta y en el baile despliega un desfile de microcosmos y mundos pequeños. Episodios con inicio y fin y bloques narrativos bien definidos, intercambio de roles entre los mismos personajes, estructura cíclica y discurso lúcido con el salón aportando textura, protagonismo, caligrafía, escenario, desde que es habitado hasta su vacío, vida y muerte en un cuento desordenado. Una de las grandezas de 'Le bal' es que es el espectador quien cierra el círculo, quien completa lo seriado y episódico, quien con su mirada y memoria irradia unidad y pone orden en las criaturas y sus vicisitudes.

En apenas dos horas, el salón es paisaje histórico y cuarta pared, postal y no lugar. Del mismo modo que estamos ante un musical que juega a no serlo, y viceversa. El cineasta de 'Splendor' huye de lo sofisticado y ampuloso. Por el contrario, la puesta en escena es sencilla y directa, sin barroquismos ni excesos visuales. Travesía intemporal y emocional, irónica y tierna, la obra convierte cada número de baile y sus interpretaciones en ese pedazo de historia que edifica una construcción de sensaciones, rostros, experiencias e imágenes. 'Le bal' es un gran grafiti musical que se baila sobre el suelo de la historia. Unas veces conmueve, otras nos permite reconocernos. La mayor parte de las ocasiones nos proporciona el placer de contar el mundo de otra manera.

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