Borrar
La baldosa y, al fondo, el optotipo para que donostiarras y extraños evalúen su agudeza visual. /GONTZAL LARGO El 'negrito' de Casa Paulista, más de una vida observando a varias generaciones de donostiarras.
SAN SEBASTIÁN INSÓLITO

Historia de una remolacha, un negrito y una baldosa

No es publicidad subliminal, ni engañosa. Son ocurrentes emblemas comerciales que, en algunos casos, rozan el centenario. No están en museos, sino a pie de calle

GONTZAL LARGO

Domingo, 1 de febrero 2009, 04:35

DV. El tiempo es capaz de todo. En el caso de las ciudades, puede sanar las cicatrices de los barrios pero, también, empeorar las heridas de los edificios o, incluso, convertir en objeto de museo aquello que ha pasado, con nota, su examen. La exposición Atarian, celebrada en 2000 en el museo San Telmo, sirvió para, entre otras cosas, reivindicar una serie de iconos comerciales donostiarras que, por su longevidad y dotes de supervivencia, habían dejado de pertenecer en exclusiva al tendero que los vio nacer para instaurarse en el imaginario colectivo. Curiosamente, tras la exitosa muestra, la mayoría de los objetos que allí se mostraron volvieron a su hábitat natural: la calle, a la vista de todo el mundo. Tras la fama, regresaron a la rutina.

Allí, entre las paredes del monasterio de San Telmo fue expuesto el -así le llamaron varias generaciones de donostiarras, aunque hoy no sea políticamente correcto- de Casa Paulista que vigiló a los transeúntes de la calle Garibay durante décadas. Se estima que debió aterrizar en San Sebastián en 1910, traído por los hermanos Luis y Alfonso Eguía desde Sao Paulo, Brasil. Es de esa ciudad de donde el establecimiento tomó prestado el nombre, por lo que, en breve, la efigie cumplirá el centenario en su nueva ubicación, en la calle Churruca con la plaza Gipuzkoa. También se aupó al podium de la fama a la maltrecha y entrañable remolacha -no, no es una zanahoria, ni tampoco un nabo alargado- de Semillas Elósegui y ésta acabó regresando al lugar que le corresponde: un balcón del primer piso del número 9 de Fermín Calbetón. La verdura también tiene ambiciones centenarias: en 2014, esta escultura hecha en zinc, de cinco kilos de peso, cumplirá 100 años. Su mérito es mayor que el del brasileño Paulista pues la hortaliza no sólo ha estado expuesta a la intemperie sino que, en una ocasión, fue robada y devuelta poco después, al constatar el malhechor la importancia que tenía el icono para la memoria sentimental de la ciudad. No tuvo tanta suerte la paloma situada entre Fermín Calbetón y San Jerónimo, que señalaba el Taller de hojalatería, cristales, inodoros y cocina de gas Aniceto Zabala. Alguien la hurtó hace un lustro y de ella nada más se supo. Todavía puede verse el soporte que la aguantaba en el citado lugar. Por cierto, Aniceto Zabala fue el hojalatero que modeló tanto el ave como la remolacha.

Por supuesto, hay más insignias comerciales que han superado el examen del tiempo. Una de ellas se encuentra en el número 1 de la plaza Euskal Herria, junto al puente de Santa Catalina. Se trata de un velado conjunto de piezas de bronce formado por un marco y varias palabras. Éstas nos informan de que, antaño, este edificio albergó la sede principal de la aseguradora La Equitativa. Muchos recordarán el cartel luminoso que habitó en la parte alta del inmueble, en el frontón que ahora se muestra desnudo de ornamentos.

Pero, sin duda, uno de nuestros emblemas favoritos del San Sebastián pasado es el de Optica Zinkunegi. Lo es por diversas razones: la primera, por su sutileza y discreción. La segunda, porque invita al peatón a jugar y, ya puestos, a poner a prueba su vista. La tercera: no son demasiadas las personas que han reparado en su existencia y le han otorgado la importancia que tiene. ¿La cuarta?, porque está a punto de peinar 40 años de vida y durante este lapso de tiempo ha sido pisoteado sin piedad. ¿Acaso alguien no se ha fijado en el baldosín negro que se ubica frente a este negocio?

La baldosa negra

Bastó una llamada telefónica para departir amablemente con José María Zinkunegi que, en pocos minutos, nos explicó la historia completa sobre este prodigio callejero. Para conocer el origen del exquisito y original reclamo hay que bucear en la primera mitad del siglo XX, cuando los dueños de la ya extinta Óptica Martiarena, situada en el número 6 de la calle Hernani, decidieron colocar en la acera que pasaba frente al comercio una baldosa blanca de mármol con dos pies negros marcados en ella. Todo aquel que la pisara y mirara en la dirección que marcaban las plantillas atisbaba un optotipo. Este artefacto es ese panel con letras de diferentes tamaños, utilizado por oftalmólogos para evaluar la agudeza visual de los pacientes. En el citado bazar estuvo trabajando José María Zinkunegi, padre de nuestro interlocutor. Así fue hasta el año 1967 cuando creó una nueva óptica al lado de Martiarena, en el número 4 de la calle Hernani, llamada Óptica Zinkunegi. Poco tiempo después, Martiarena cerró y nunca más se supo de la lustrosa placa de mármol, por lo que José Mari Zinkunegi decidió continuar con la bonita costumbre y recuperó este para promocionar su tienda. Así, una nueva baldosa -negra en esta ocasión- pasó a formar parte de la acera de los pares de la calle Hernani hasta que, hace unos pocos años, el comercio se trasladó a la acera de enfrente, al número 23. La mudanza no sólo fue de gafas, lentes y enseres sino que José Mari Zinkunegi hijo también trasladó el optotipo y el oscuro azulejo. Aunque Zinkunegi no recuerda el año exacto en el que su padre instaló la losa, apunta que debió ser a principios de los años setenta, por lo que este poco conocido icono donostiarra lleva casi cuatro décadas poniendo a prueba la vista de propios y extraños. ¿Cómo se hizo el traslado de la baldosa actual desde el inmueble del número 4 hasta el del 23 que yace enfrente?. Con nocturnidad, claro.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco Historia de una remolacha, un negrito y una baldosa

Historia de una remolacha, un negrito y una baldosa