Entre San Blas y Santa Águeda
1900...¿Por qué tener vacaciones escolares los meses de verano, cuando las fiestas son en invierno?¿Por qué no se pasan al verano, con benignas temperaturas, las fiestas que se celebran en invierno?...2009
JAVIER SADA
Domingo, 1 de febrero 2009, 04:40
Había unanimidad. Vecinos, regidores y cronistas se preguntaban: ¿por qué cerrar los colegios en verano? El propio Ayuntamiento debía hacer ver que el asunto no tenía lógica. En San Sebastián durante los meses de verano no hacía tanto calor como para no poder ir a estudiar. A principios del siglo XX lo de la playa estaba todavía en mantillas. Para ir a bañarse primero había que sentirse enfermo, luego visitar al galeno. Entonces ¡para qué perder tres meses de vacaciones cuando luego, en realidad, cuando se perdían días de trabajo era en invierno!
Desde Santo Tomás hasta Reyes, desde San Sebastián hasta la Candelaria y desde San Blas hasta el Miércoles de Ceniza, aquí no estudiaba nadie, luego... ¿porqué no cambiar el calendario escolar?
Una de las personas que mejor entendió este periodo festivo, fue el maestro Sarriegui, quien además de componer músicas para «todo el año», basó su actividad en sus famosos Carnavales Donostiarras. Conoció en estas fechas suficiente inspiración como para dotar a cada jornada festiva de sus correspondientes partituras. Desde la tamborrada del Día de San Sebastián hasta la Marcha del Entierro de la Sardina, el hombre sabía que cada fin de semana había una fiesta, además de las intermedias de precepto, y a todas ellas dotó de su sabía ciencia musical.
La tamborrada, como diana, despertaba a los donostiarras del letargo del invierno, anunciando los bueyes ensogados; los caldereros pregonaban, pregonan, la llegada del dios Momo; las Iñudes sacan a a la calle para días más tarde recibir con la Marcha Triunfal del Carnaval a todo el pueblo que, por fin, llorará con la fúnebre humorada de la Marcha del Entierro de la Sardina.
Fiestas y más fiestas que entre las intermedias tenían como protagonista al bueno de San Blas, en cuya fecha «las cigüeñas verás, porque si no las vieres, año de nieves».
La Iglesia Católica y el pueblo llano consideran al santo, protector de las enfermedades de la garganta, por lo que el día de su festividad, el 3 de febrero, es momento extraordinario para llevarse a la boca cualquier comestible que haya sido previamente bendecido. Por la mañana las charangas y comparsas, las carracas y los instrumentos musicales, eran sustituidos por mujeres y niños, jóvenes, niñas y ancianos que en procesiones individuales o familiares acudían a la iglesia para bendecir aquello que les iba a proteger todo el año.
En algunas localidades el día 5 de febrero es «el día de ellas», aunque cierto es que la forma de celebrar a Santa Águeda tiene tantas variantes como lugares donde se festeja.
La Iglesia Católica la relaciona con las mujeres más virtuosas, con las más castas. No en vano la virgen siciliana, de la que dicen los libros santos «era de singular hermosura», prefirió el martirio que aceptar las propuestas inmorales que le fueron solicitadas por el gobernador Quinciano.
Nacida en el 230, tenía 21 años cuando murió, siendo desde tan lejanos tiempos uno de los símbolos femeninos del mundo católico, protectora, entre otros, de las enfermedades del pecho porque su tortura incluyó el que le fueran cortados los senos.
Santa Águeda también protege de los incendios, contándose que un día 5 de febrero una mujer preparaba lo necesario para hacer pan cuando su gato saltó sobre la mesa y le quitó un trozo. La mujer grito «¡Quita de ahí, gato¡» y el gato le respondió: «¡No soy gato, soy Santa Águeda¡ ¡Mira detrás de ti¡». La mujer se dio cuenta que la casa estaba ardiendo, porque ese día estaba prohibido hacer ningún trabajo.
Por nuestros lares también eran las mujeres las protagonistas de la fiesta, aunque de distinta manera dependiendo de la zona. El ritual comenzaba la víspera con el toque de campanas, cuando estas tenían su peculiar lenguaje para transmitir noticias.
Tampoco su esfuerzo tirando de las maromas que hacían voltear las campanas era altruista, pues sabían que abajo, en las calles, las chicas jóvenes recorrían las casas pidiendo aguinaldo para aquellos esforzados chicarrones.
Aquellos grupos fueron convirtiéndose en coros que en muchos lugares estaban formados en exclusiva por jóvenes casaderas, aunque el tiempo los hizo mixtos e incluso, en algunas zonas, integrados solo por voces masculinas.
El ruido de las makillas, el fuego de las velas que se lucen en los faroles y el agua bendita son elementos que no faltan en muchos de los coros que recorren las calles en esta fiesta.
PRÓXIMO DOMINGO
Comienza el carnaval