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Sarasola, junto a Jon Iturbide y un tercer etarra no identificado, participaron encapuchados en el acto de Aritxulegi. [EFE]
Comandos con doble vida
Politica

Comandos con doble vida

ETA ha contado desde los 80 con células como la desmantelada en Lesaka, encargadas de los atentados clave, dependientes de la cúpula y con una clandestinidad absoluta

ÓSCAR B. DE OTÁLORA

Domingo, 13 de enero 2008, 01:50

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SAN SEBASTIÁN. DV. Para una organización obsesionada por la seguridad como ETA, comandos como el desarticulado esta semana en Lesaka son una de sus joyas de la corona. Este tipo de grupos totalmente legales -no fichados, sin antecedentes, con capacidad para actuar con cierta eficacia y, sobre todo, con una lealtad acreditada- son claves para sostener su estructura.

La célula formada por los detenidos Igor Portu y Mattin Sarasola y por los huidos Jon Iturbide y Mikel San Sebastián, es un ejemplo de manual de este tipo de taldes. Los cuatro vivían en Lesaka, en la frontera navarra entre España y Francia. En 2001 fueron captados para ETA por un amigo de la infancia, José Antonio Aranibar, quien con el tiempo se convertiría en el lugarteniente del actual jefe militar de la banda, Garikoitz Azpiazu, Txeroki, y formaron el comando Elurra.

Sus primeros trabajos para la organización terrorista consistieron en ayudar a etarras a cruzar la muga y pasar a España para cometer atentados o, en sentido contrario, a regresar a Francia para esconderse. Posteriormente asumieron también el traslado de explosivos aunque el gran salto lo dieron en 2005, cuando tuvieron que ayudar a un terrorista a cometer un atentado que destrozó la discoteca Bordatxo de Doneztebe. Con posterioridad, en septiembre de 2006, Mattin Sarasola y Jon Iturbide recibieron el encargo de escoltar a un etarra al monte de Ari- txulegi, en Gipuzkoa, el día en que se celebraba un homenaje a miembros de la banda fallecidos. Allí se vistieron con ropas negras, se colocaron una capucha oscura y realizaron varios disparos al aire en un acto en el que, pese a celebrarse en plena tregua, la organización terrorista anunció su apuesta clara por la violencia.

La prueba de fuego del comando Elurra llegó en 2006, cuando el propio Txeroki les encomendó preparar el atentado contra la T-4. El 30 de diciembre de ese año, dejaron un coche bomba en el aparcamiento de Barajas y lo hicieron estallar, causando la muerte a los ecuatorianos Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio. La tregua saltó por los aires sin ningún tipo de aviso previo por parte de la organización terrorista. Más tarde, Txeroki les encargó cometer un atentado en Castellón -en el que abandonaron los explosivos al creerse sorprendidos- y comenzar a preparar otro en Madrid, en el aparcamiento de la zona de Azca, que debía ejecutarse antes de las elecciones de marzo.

Todas estas misiones las realizaron sin dejar las actividades privadas que cada uno desempeñaba en Lesaka. Portu trabajaba como asistente social para las situaciones de dependencia, Iturbide era peón de albañil, Sarasola presentaba ganado en ferias y San Sebastián era escayolista. Su doble vida estaba totalmente compartimentada. Carecían de antecedentes de kale borroka y aunque sí se les relacionaba con cuadrillas vinculadas a la izquierda abertzale, nunca habían tenido cargos orgánicos. En el pueblo eran más conocidos por su relación con el fútbol y los grupos de danza que con el mundo de la violencia.

Mano ejecutora

Su perfil es idéntico al de decenas de etarras que desde los años 80 han nutrido las filas de los comandos especiales de ETA y han conseguido crear grupos opacos a la acción policial durante años. Casi siempre se ha tratado de células que han dependido en exclusiva de la cúpula de la organización y por ello se han convertido en grupos de una relevancia especial, ya que han sido la mano ejecutora más inmediata de las decisiones de los jefes de ETA.

Uno de los casos históricos es el del comando itinerante formado por Unai Parot. Este francés nacido en Argelia cometió 38 asesinatos desde el País Vasco francés, donde trabajaba como viajante de fontanería y llevaba una vida normal de padre de familia. Pero cada vez que cruzaba la frontera sólo tenía un objetivo: atentar. Sería detenido en Sevilla en 1990, cuando se disponía a colocar un coche cargado con 300 kilos de explosivos en la jefatura de la Policía, en las inmediaciones de un colegio.

El arresto de Parot y sus cómplices, -su hermano Jon Parot, Jakes Esnal y Frédéric Haranburu-, mostró por primera vez que ETA había decidido reclutar entre sus filas a ciudadanos franceses. Este hecho les permitía carecer de antecedentes en España y sortear los controles con mayor facilidad. Por ello, su grupo, denominado comando Argala, había conseguido mantenerse en activo durante una década, una longevidad extraña en ETA. Entre las acciones que cometió se encuentra, por ejemplo, el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, donde mataron a cinco niños, dos mujeres, un civil y tres guardias civiles mediante un coche bomba.

Su actividad había sido posible, por otra parte, gracias a células también secretas como el comando Parque, dedicado a la preparación de coches bomba en España para entregárselos a los grupos operativos. El primero de los taldes de este tipo fue desmantelado en 1988 y el segundo en 1993. Uno de los responsables de este último comando era Gabriel Zabala, un etarra que vivía en Pasaia, donde trabajaba como práctico en el puerto. En su doble vida era el encargado de abastecer de explosivos a todos los comandos que pasaban a España. Para ello, Zabala disponía de varios zulos repartidos entre Gipuzkoa y Navarra, así como de una lonja en Oiartzun en la que montaba coches bomba. Zabala había dependido en un primer momento de Pakito, pero tras la detención de este último en 1992 pasó a obedecer órdenes de su sucesor, Ignacio Gracia Arregi, Iñaki de Rentería.

Zulo en la empresa

Pero uno de los grupos que responde a la perfección a este esquema es el denominado comando Goierri, que en los años noventa fue responsable de los secuestros del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara y del empresario guipuzcoano Julio Iglesias Zamora. Sus componentes -Sabino Usandizaga, Javier Ugarte, José Luis Erostegi, José Miguel Gaztelu y Jesús María Uribetxeberria- militaban en ETA desde 1983 y no serían detenidos hasta 1997, cuando se liberó al funcionario de prisiones.

Los cabecillas del grupo -que dependían en exclusiva de Iñaki de Rentería- trabajaban en un taller de Mondragón, donde elaboraban piezas de maquinaria. En el suelo de su empresa habían excavado un zulo para mantener secuestradas a sus víctimas. Así no tenían problemas para mantener su doble vida de ciudadanos y terroristas sin levantar sospechas.

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