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El huevo o la gallina
ARTÍCULOS DE OPINIÓN

El huevo o la gallina

MARÍA TERESA BAZO CATEDRÁTICA DE SOCIOLOGÍA EN LA UPV-EHU

Lunes, 14 de septiembre 2009, 04:23

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Mucho se discute y se discutirá al menos por unos días sobre los acontecimientos violentos de Pozuelo de Alarcón durante la celebración (?) de un . Uno de los primeros comentarios y el más persistente, con el que se ha mostrado la incredulidad ante los hechos, es que se trata del municipio con la renta per cápita más alta de España. Ante ese dato macroeconómico y macrosocial se concluye que los jóvenes pueden observar conductas violentas a pesar de pertenecer a las clases sociales medias-altas y altas, y que el aburrimiento les empuja a ello como forma de divertimento. Desde la primera tradición de la Sociología llamada de la Desviación con sus orígenes en la Escuela de Chicago, se han estudiado como conductas desviadas casi exclusivamente las de los grupos marginales, habiendo surgido corrientes críticas ante las carencias explicativas de la Sociología de la Desviación que deja de lado el estudio de las conductas desviadas (de la ley, de la moral, de las normas sociales dominantes) de las personas pertenecientes a los grupos de influencia y poder sociales. Más tarde se estudian estos comportamientos como «delitos de cuello blanco» en referencia a los cometidos sobre todo en el ámbito de las relaciones económicas.

Participo de la idea de que los procesos de desestructuración familiar, el deterioro de la autoridad legítima en los ámbitos familiar, educativo y social en general (de los adultos sobre las personas en formación) contribuyen a la extensión de la idea entre algunos jóvenes de que pueden actuar según sus impulsos, seguros de que la impunidad total o parcial les librará de la responsabilidad de sus actos. Convengo, igualmente, con quienes consideran que la ingesta incontrolada de alcohol, no acompañando a la fiesta como ha sido tradicional en los pueblos mediterráneos y otros, sino como forma de diversión en sí misma, contribuye no sólo al deterioro de la salud física y psíquica de muchas personas jóvenes en sociedades ricas, sino también al deterioro de la convivencia en la familia, en la escuela, en la calle. Existen múltiples y constantes ejemplos.

Se ha producido en las últimas décadas un proceso de legitimación del como forma de fiesta para las personas jóvenes. Se ha basado en una idea muy extendida desde los primeros años ochenta, seudoizquierdista y falsamente progresista, de que los jóvenes pueden beber en la calle porque les resulta más barato que las copas en un local, y por tanto se así la ingesta de alcohol en grupo. Muchos jóvenes están ahora pagando las intelectuales de los adultos que se consideraban progres y procuraban el con los jóvenes no sé si para aparentar que eran como ellos, que les comprendían y quizá ganarse así sus simpatías. También pagan la desidia de tantos padres, y madres naturalmente, que a pesar de su disconformidad con que sus hijos salieran de casa con los amigos cada vez más tarde («¡todos lo hacen!») para regresar de madrugada o bien salido el sol, y ya no de vez en cuando sino de forma sistemática uno o dos días por semana, lo han consentido sin oponer resistencia argumental alguna. Muchos lo están pagando en sus propias vidas y sus familias también.

Parece necesario e inaplazable inculcar desde la infancia las ideas del deber, del respeto y de la responsabilidad, y exigirlo para evitar así la infantilización humillante de la juventud a la que se asiste desde hace un tiempo. Infantilización y su correlato de explotación por el consumo absurdo y el trabajo barato. Por eso, y tras estas breves consideraciones generales, en el caso de Pozuelo -como en otros que han ocurrido y que sin duda seguirán ocurriendo- hay un elemento que creo oportuno tener en cuenta. Es la falta general de expectativas, de planes de futuro, de perspectivas vitales, que afecta a grupos de jóvenes de las clases medias y trabajadoras, y que ha comenzado a ocurrir recientemente. Algunos sociólogos han estudiado el hecho de que por primera vez en la historia de España del último siglo, la generación de los hijos/as no está experimentando un proceso de movilidad social ascendente con respecto a la generación de sus padres. Los jóvenes, pues, tendrían la idea (que se demuestra falsa) de que viven mejor que sus padres a su edad, pero al mismo tiempo siendo conscientes de que, al contrario que sus padres, ellos no pueden aspirar a la independencia económica, familiar y social con que la generación de los padres contaba a su edad. La seguridad en el empleo y el salario de las generaciones anteriores permitía a las personas comprometerse en la compra de una vivienda mediante el pago de la hipoteca durante al menos veinte años. No tendrían coche ni televisor, y menos en color en los primeros años de formación de la familia, pero el trabajo prácticamente seguro acompañado de la austeridad en el gasto permitía ir pagando la vivienda y otros elementos domésticos de confort «en cómodos plazos». Comenzaba la sociedad de consumo en España.

Actualmente y de forma paradójica, los jóvenes, que de promedio han conseguido niveles de instrucción más altos que sus padres, ven casi imposible comprar una vivienda (y alquilarla al precio de los alquileres lo consideran tirar el dinero) porque los bajos sueldos no les permiten -ni tampoco antes de la crisis financiera- acceder a un crédito. Descartan por todo ello la idea de formar una familia, bajo cualquiera de sus formas, de independizarse en condiciones parecidas a su vida actual, y se eternizan así en el hogar familiar. Todos los proyectos que antes proporcionaban a las personas el rol de adultos han desaparecido por imposibles para muchos jóvenes de las clases medias y trabajadoras. El dinero que obtienen en sus trabajos eventuales, esporádicos, o incluso de las ayudas sociales en muchos casos descontroladas, se utilizan en bienes y actividades de consumo y ocio que proporcionan satisfacción inmediata y adormecimiento moral y político. Para el bienestar básico cotidiano dependen de sus padres, o incluso del Estado. El futuro -como horizonte vital, como promesa de adultez- ha dejado de existir para muchos que van prolongando su artificialmente, y con ella el retraso en su emancipación.

Volviendo al título del artículo: es más fácil identificar las consecuencias que las causas de los hechos violentos cometidos por jóvenes (más extendidos de lo que socialmente se tiene conciencia) y que son varias, diferentes, y de carácter macroestructural sobre todo. Dicho carácter no impide que existan responsables identificables. Si se llega a definir socialmente tales hechos -y en ese proceso los medios de comunicación tienen gran influencia- como , puede que se llegue a identificar las causas, analizar rigurosa y serenamente las consecuencias, y así poder buscar soluciones entre las familias, los propios jóvenes, las empresas, los medios de comunicación, los partidos primero, las instituciones políticas, educativas, judiciales, y otras. Muchas familias han sabido, podido, y querido -lo cual implica mucho esfuerzo y sacrificio- educar a sus hijos y nietos en unos valores y hábitos que nunca serán caducos porque la naturaleza humana se muestra históricamente invariable. Las formas culturales de expresarlos, transmitirlos, y vivirlos varían en el tiempo y el espacio. Resulta urgente para las familias -y para la sociedad- volver a tomar el timón y no abandonar más su obligación educadora, haciendo ver y experimentar a los jóvenes que todos los actos tienen unas responsabilidades y que se les van a exigir. También que a medio y largo plazo serán premiados sus esfuerzos. Y no hablo de felicidad.

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