«Nuestra familia se ha partido por la mitad al no tener una unidad de TCA en Euskadi»
Nagore, que tiene anorexia, lleva dos años en un hospital de Albacete por falta de recursos en Osakidetza. Su padre celebra la apertura de dos áreas especializadas en el País Vasco
La familia de Nagore Nieva lleva «dos años partida por la mitad», desde que la joven, que ahora tiene 19 años, tuvo que dejar su ... Lezo natal para mudarse a Albacete. La «falta de especialización de Osakidetza» para tratar su anorexia nerviosa le obligó a desplazarse casi 700 kilómetros en busca de un tratamiento que le permitiera recuperarse. Está mejor, en la recta final del proceso, pero tanto ella como su familia lo han pasado «muy mal». Sobre todo porque hasta ahora «en Euskadi no existía ni una sola unidad específica de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)», lo que obligó a Nagore a ingresar en un hospital a «ocho horas en coche» de su casa. Pero su padre, José Julián, no se quedó de brazos cruzados y tras la «impotencia» que sintió con la respuesta de Salud en 2022, cuando su hija se encontraba en uno de sus peores momentos, hoy celebra la apertura de dos unidades especializadas en TCA en la OSI Araba y OSI Barrualde-Galdakao de Osakidetza, en parte, gracias a las más de 141.000 firmas que recogió en la plataforma change.org y a la aparición en este periódico contando su historia.
De momento, Nagore sigue en Albacete, donde su familia tuvo que alquilar un piso para poder estar con ella. Los viajes en coche cada semana no eran viables y su madre, Marijo, «que tiene opción de teletrabajar», no dudó en mudarse temporalmente a Albacete, sobre todo «desde que un familiar tenía que estar en terapia con ella». Están en ese momento. «Nagore ha ido recorriendo el camino y, aunque aún le queda, el alta podría llegar este año», explica su padre, que ha mantenido su residencia en Lezo y junto a su otro hijo viaja a Albacete «siempre» que pueden, aunque «hace falta tiempo porque solo en ir gastas unas ocho horas y con un fin de semana no es suficiente».
No ha sido un camino de rosas. Y la solución llega cuando la familia de Nagore empieza a ver la luz en Albacete, después de dos años y tras varios ingresos en el servicio infanto-juvenil de Psiquiatria del Hospital Donostia. Sea como fuere, están «esperanzados» con la apertura de las nuevas unidades –Galdakao se ha inaugurado esta semana y en Araba se prevé la apertura en breve–. «Ha sido muy duro ver que se apagaba cada vez más, que pesaba cada vez menos y que nadie ofrecía una alternativa para curarla», se sincera José Julián, que está «deseando que todas aquellas personas que como Nagore necesitan atención especializada puedan recibirla». De momento, ella finalizará su tratamiento en el hospital de Albacete, donde sigue ingresada, y después analizará, junto a su familia, la posibilidad de que Osakidetza pueda hacerle seguimiento en Bizkaia o Araba.
«Ha sido muy duro ver que se apagaba cada vez más, que pesaba menos y que nadie ofrecía una alternativa para curarla»
José Julián Nieva
Padre de Nagore
«Aunque la dotación de personal nos parece insuficiente y la capacidad para seis personas escasa a todas luces», dice su padre, «no podemos dejar de alegrarnos porque por fin se vaya a atender a la demanda de tanta gente que, como nuestra hija y nosotros, está pasando por esto y que se sentía completamente abandonada» por el servicio vasco de Salud.
Es más, en la petición registrada en change.org en 2022 denunciaban que en Euskadi «si tienes una adolescente con un trastorno alimentario o pagas 5.000 euros al mes o te encuentras de un día para otro peregrinando de comunidad en comunidad, rogando que allí donde sí hay centros específicos alguien le quiera ingresar. Ytodo sabiendo que el tiempo corre rápido y que podrías llegar demasiado tarde para salvar a tu hija de su enfermedad».
Ese fue su caso y se congratulan de que las jóvenes vascas en su situación ya no tengan que vivir una odisea similar para encontrar una cura. «Nos alegramos de que aquellas personas que decían que no era necesario y que disponíamos de los recursos adecuados hayan ratificado y ahora estén celebrando y enorgulleciéndose de tener los recursos que ya deberíamos haber tenido hace mucho tiempo», insiste José Julián, también en nombre de su familia.
«Se empezó a apagar»
Nagore empezó con los primeros síntomas de anorexia a los 15 años. Hasta entonces no faltaba a ningún plan con sus amigas, tocaba el saxofón... «Pero un día se empezó a apagar», recuerda su padre. «Se aisló en su cuarto, no hablaba, tampoco comía. Parecía deprimida». Su familia pensó que «podría ser por el confinamiento». Acababa de llegar la pandemia del coronavirus y le cogió a «una edad difícil». Pero ni José Julián ni Marijo pensaron que se trataba de algo más.
La alarma saltó a los meses, cuando «empezó a perder 2 kilos por semana. Se quedó sin fuerza. Le dolía hasta vestirse. No era capaz de bailar. No tenía aliento para tocar el saxofón. Cada comida en casa se volvió una tensión. No quería tomar ni agua. Hasta que llegó un momento en el que balbuceaba porque ya no podía ni hablar».
En esa situación, tanto ella como sus padres necesitaban ayuda. Pero se sintieron «abandonados» cuando, tras «insistir» por todo el Estado,» la única opción» que les ofrecieron fue que ingresara en un hospital a ocho horas en coche de casa. «No es justo. Salvar la vida de tu hija no puede depender de si vives en una u otra comunidad».
Uno de cada cinco casos de anorexia y bulimia se cronifican
Uno de los objetivos de estas nuevas unidades especialidades en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) buscan, entre otras cosas, ofrecer atención precoz a los pacientes que sufren este tipo de enfermedades, que suelen empezar a manifestarse en la adolescencia. Además, uno de cada cinco casos de anorexia y bulimina se cronifican, lo que significa que las personas con un TCA necesitan un tratamiento prolongado en el tiempo, según los expertos –se calcula que para superarla hacen falta entre 3 y 5 años–. La pandemia incrementó en un 40% los ingresos por trastornos alimenticios en Gipuzkoa.
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