Hay padres a los que se les encoge el corazón cuando sus hijos les dicen «por favor, dime la verdad, no me hagas quedar como ... a un tonto». Otros se asombran cuando se arman de valor para desvelar lo que idealizaban como el secreto más importante de las vidas de sus pequeños y ellos, entre risas cómplices, les contestan que hace dos años que lo sabían. Tampoco faltan quienes niegan lo evidente a chavales hartos de que sus iguales y un montón de gentes con paquetes les hayan revelado la historia e intentan alargar una supuesta magia que para ellos ha dejado de ser como cuando tenían cuatro años, pero que tiene posibilidades de transformación cuando cumplen más de diez. La polémica de las palabras de Baltasar de Andoain ha iluminado tertulias, discusiones entre familias, ha suscitado ataques ideológicos y, lo que es peor, dardos racistas a un rey que siempre fue el preferido de mis hermanos y el mío. Había otro Rey, Edu, con el que mi hermano Alberto y yo también compartimos buenos momentos. Y muchas risas, y futbolín, y momentos con los colegas del periodismo municipal y foral. Pero esos son regalos que no necesitan explicación. Mi amigo Iñaki Izquierdo agradecía que los personajes regaladores y generosos de las navidades no le hubieran traído calcetines. A mí sí me cayeron, aunque todavía no los haya estrenado. Un día como hoy estrené maternidad. Años después, Edu, el hombre socarrón, se fue para siempre.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión