NO NOS REPRESENTA... PERO, ¿QUIÉN?

Total, que alrededor de uno que cada tres votantes donostiarras otorgó su confianza a un cabeza de lista que ya no está. La historia del Ayuntamiento es rica en ejemplos de ediles que apenas se asomaban un rato cada día laborable por la Casa Consistorial o incluso de los que apenas lo hicieron hasta que terminaron por renunciar a un cargo que no terminaba de colmar sus expectativas, bien por el limitado margen de actuación municipal –que la ciudadanía tiende a considerar infinita–, bien porque fiscalizar, debatir y caer derrotado les resultaba ingrato y fatigoso.

Al margen de las razones concretas de cada caso, hay algo de silla eléctrica en la gestión municipal, que unos resuelven mediante la inmersión en el desgaste personal inherente a la actividad frenética y otros por la vía de la laxitud.

Cada uno lo gestiona como puede, pero esta división en dos grupos tiende a corresponderse de forma no exacta, ni matemática con los grupos de gobierno y los de oposición, lo que no quita para que haya ejemplos de lo uno y lo otro en los dos lados. De hecho, también hay quien se ha fajado en la oposición y luego le ha tocado hacerlo en el gobierno, lo cual le habrá permitido constatar las diferencias y el consiguiente cambio de actitud.

De cómo cambian las cosas según la posición que toque ocupar da cuenta la propuesta de limitar las mociones de control de los grupos en función de su número de concejales que ahora impulsan PNV y PSE para modificar la norma que ellos mismos aprobaron cuando eran oposición. En cuanto a Bildu, antaño reivindicaba la norma que ahora denosta.