Nidia González
Miércoles, 19 de junio 2024, 16:46
A la entrada del centro esperan con entusiasmo decenas de jóvenes, en su mayoría hombres procedentes de países del Magreb, como Argelia o Marruecos. Conversan ... y ríen entre ellos, aunque algunos llevan pocos días en Gipuzkoa y les resulta difícil comunicarse y relacionarse con los locales. En el patio de Villa Landetxe, en el barrio donostiarra de Aiete, una gran mesa ofrece un menú variado, con arroz, ensalada, sopa, refrescos y fruta. Junto a ellos un grupo de voluntarios les ayuda a preparar la mesa y repartir los menús. Desde este martes y hasta mañana, el centro de la asociación para integración del inmigrante magrebí Jatorkin-Al Nahda, abre las puertas de su comedor social a toda la ciudadanía para compartir mesa con estos jóvenes.
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Se trata de una iniciativa impulsada por este centro, con el apoyo de Kutxa Fundazioa y Arantzazulab, que tiene como objetivo fomentar la integración entre las personas migrantes y los guipuzcoanos. Todos los que quieran acercarse lo pueden hacer apuntándose en la página web de Kutxa Fundazioa o las redes sociales de Jatorkin.
Miriam Uzkudun, que trabaja en la sede social de Tolosa de la asociación Jatorkin-Al Nahda, comenta que los jóvenes acuden a estos centros en busca de comida, duchas y un lugar para lavar su ropa. «En lo que va de año, hemos atendido a unas 278 personas, el año pasado fueron un total de 658 personas, en su mayoría hombres de entre 20 y 40 años», señala. La situación administrativa de estas personas, en su mayoría hombres, es irregular, «lo que les obliga a pasar al menos tres meses durmiendo en la calle al llegar a Gipuzkoa».
Las voluntarias Jaoione Plazaola y Aicha Marley han estado prestando servicios desde principios de año y conocen bien las historias de estos jóvenes, que abandonan sus hogares y familias con la esperanza de encontrar una vida mejor fuera de su país de origen. Sin embargo, la realidad que encuentran es muy distinta. Una vez cruzan el estrecho y llegan a Gipuzkoa, contactan con sus familias para tranquilizarles y decirles que «todo está bien», aunque el proceso administrativo al que se enfrentan les obliga a pasar al menos tres meses durmiendo en la calle. Muchos de ellos llegan sin familiares y con lo puesto.
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«La sociedad no se da cuenta de lo difícil que es para estas personas encontrar un trabajo. Lo primero que se les exige cuando llegan es que trabajen», afirma Marley. Para salir de esta situación irregular, deben apuntarse a un curso de formación y, después de dos meses, solicitar un empadronamiento por arraigo de formación. Sin embargo, para poder acceder a un puesto de trabajo, deben esperar al menos tres años, lo que lleva a muchos de ellos a relacionarse con entornos complejos y, en algunos casos, a caer en las drogas, el alcohol y la delincuencia, según explica esta voluntaria.
«Las plazas en los centros de convivencia son escasas», señalan las trabajadoras, por lo que reclaman a la Diputación más ayudas para mejorar la situación de estos colectivos. De hecho, en lo que va de año se ha registrado un incremento del 31% en el número de personas sin hogar, según el último informe de Cáritas Gipuzkoa.
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Las dificultades a las que enfrentan estas personas, como la barrera del idioma, las diferencias culturales y los obstáculos para conseguir un trabajo digno, se ven agravadas por la necesidad fundamental de encontrar un lugar donde dormir y descansar. «No podemos pedirle a una persona que asista a clases para aprender el idioma o que aborde sus adicciones al alcohol si no se les proporcionan soluciones tan básicas como un lugar donde dormir o comer», señala una voluntaria.
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