El 0,1% que cuenta se llama respeto
Da igual quién le toque, porque pasará la eliminatoria, pero si la Real quiere ganar la Copa debe acordarse de Becerril
Hace no tanto, llegaba el sorteo de Copa y el aficionado de la Real se echaba a temblar. Motivos no le faltaban. Bastaba conocer la ... fecha y la hora del partido para saber con exactitud cuándo y dónde se produciría el siguiente esperpento. Lo mismo daba la hierba natural de Beasain que la artificial de l'Hospitalet, la Real se adaptaba igual a todos los terrenos. Contribuía, eso sí, a la cultura popular fabricando héroes improbables con soltura, ninguno como José Luis, el tercer portero del Zamora.
Pero pocas cosas marcan la brecha generacional de la afición de Anoeta como la línea entre los que se acuerdan de aquello y los que no, que ya son más y además son los que tienen razón porque entienden el fútbol como debe ser, como una fiesta (las victorias ayudan, claro). El sorteo de hoy no provoca la más mínima inquietud en el realismo porque la seguridad en la clasificación para la siguiente ronda es del 99,9%.
La clave del éxito es ese 0,1%. Si la Real se olvida de ese detalle, pasará la eliminatoria igual pero fracasará en el torneo. Ese 0,1% se llama respeto. Respeto por el rival. Al 99,9% la Real no gana a casi nadie; al 100%, puede derrotar a cualquiera, en Copa y en Champions. No se puede entender el título de 2020 sin ese factor, sin la eliminatoria contra el Becerril, partido que consta en los libros como uno de los hitos de la historia del club blanquiazul. Sin ninguna clase de exageración.
Aquella noche palentina, la Real aprendió a distinguir la grandeza de la soberbia
Allí se reescribió la historia de la Real en el siglo XXI. Tras tocar fondo, aquella noche palentina se culminó el resurgimiento del club que había iniciado Antoine Griezmann diez años antes, cuando cambió Anoeta y, con ello, al club. Ese día, la Real se convirtió en el club ganador que es y se desprendió de sus viejas ataduras. El Becerril era el equipo más pequeño que había jugado en la historia de la Copa (un pueblo de 700 habitantes) y hasta allí abajo tuvo que ir la Real para levantarse. La Real aprendió aquella noche de Palencia a distinguir la grandeza de la soberbia y ganó esa Copa.
La Real acudió a la Tierra de Campos con un respeto reverencial hacia su adversario, al que trató como lo que era: un equipo de fútbol dispuesto a competir y a defender su dignidad y su escudo. La Real salió con todo, le jugó de cara, le goleó y se entendió a sí misma, por fin. Nada ha vuelto a ser igual desde aquel partido, con Mariano Haro –ídolo mayor de los amantes del deporte en Gipuzkoa– haciendo el saque de honor. Meses más tarde, la Real eliminó al Madrid en el Bernabéu y se dio cuenta de que las dos victorias, la de Palencia y la de Chamartín, valían igual.
En el camino al título de 1987, los aficionados más veteranos aún recuerdan el sofoco de aquel equipo campeón ante el Montijo, de Tercera, y eso que se olvidan de los que hubo que pasar con el Basconia, también de Tercera, y el Villarreal, por entonces de Segunda B. Las tres eliminatorias, saldadas con idéntico resultado: 0-1. Meses después, el título de Zaragoza.
Hoy, la Real es un equipo salvaje, desmoralizante para sus adversarios por su seguridad asombrosa en la victoria. No importa quién sea su rival tras el sorteo de este mediodía, lo que cuenta es solo ese 0,1% que se llama respeto. Imanol ha sido radical, con una inflexibilidad rayana con el fanatismo en este aspecto. Ha mandado a los titulares al campo con el Becerril, el Panaderías Pulido, el Madrid y el Athletic, en diferentes dosis pero sin arrogancia alguna. El equipo que le toque tendrá un chollo: la Real se presentará en su casa con los buenos.
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