Alquimia educativa

Pues dicho y hecho. De la mano de uno de los clubes más grandes del mundo se presenta ante nosotros la demostración de cómo llevar a cabo esta segunda opción, la de dudoso valor, exactamente inversa a la buena alquimia.

En primer lugar, se debe obtener una pieza de oro, en forma de jugador promesa de máximo nivel, como, por ejemplo, Vinicius. Dicha pieza, ubicada en un recipiente también del mejor oro como es el Real Madrid, en lugar de ser pulida poco a poco con mano de experto para sacarle todo su brillo, debemos dejarla reposar tranquila, sin molestarla, dejando que fermenten de manera natural todas las reacciones que afloren espontáneamente en ella, por muy feas o perjudiciales que pudieran parecer.

Producto de dicha fermentación, la pieza se irá cubriendo de un manto que cada vez creará mayor rechazo a su alrededor y provocará una imagen muy poco recomendable y nociva, sobre todo para los niños y las niñas que pudieran acercarse a verla. En algún momento, casi por arte de magia, la pieza recibirá un estímulo concreto que la hará arder en llamas, en forma de cualquier decepción inesperada. En ese momento, es muy importante que todo el entorno que lo rodea y en el que hemos mantenido la pieza aislada del mundo exterior, reaccione como ella, incendiando todo a su alrededor, echando a la mezcla todo el combustible inflamable que sea posible y dejando arder a su antojo a todo lo que les rodea.

Es muy importante que todo sea orquestado y dirigido sin desvíos hacia la gran pira creada, ofreciendo un espectáculo bochornoso sin igual, para que pueda ser apreciado a lo largo y ancho de todo el continente. Y ya está: el que estaba llamado a ser un jugador top de talla mundial, convertido en caprichoso y casquetoso. ¡Oro convertido en plomo!

Compárese esta invertida práctica, por ejemplo, con el proceso realizado en la forma correcta según los principios de la alquimia, llevado a cabo en este mismo inicio de temporada por Imanol con Kubo. En cuanto a la pieza de oro le salió una pequeña reacción que enturbiaba su brillantez, allí entró de lleno el maestro alquimista a pulir la pieza, incluso arriesgándose a ser criticado por ello, desde la sabiduría y la convicción de que, aunque el proceso pudiese ser doloroso, esa es la única manera de poder sacar al oro su mejor brillo. Y aquí está ya el resultado, luciendo Kubo como se espera de él, reconducido al máximo rendimiento desde la humildad y la solidaridad con el grupo. ¡Oro puro!