El futuro ya está aquí y no hay vuelta atrás
Imanol Alguacil supo adaptar su equipo a las exigencias del rival y arriesgó menos atrás, pero profundizó y mordió mucho más en fase ofensiva
Llegó el día de ver cumplido el sueño de un Anoeta sin pistas y con las gradas finalizadas y empezar a escribirse las nuevas páginas ... de una historia que acaba de cumplir 110 años. Es imposible saber qué será de la Real dentro de otro siglo y si volverá a poner de nuevo patas arriba su casa. Quizás la mercadotecnia del fútbol haya expulsado a los aficionados de las gradas condenándolos a ver los partidos desde el sofá de su casa. Hasta que ese día llegue, ayer de momento se acercaron al Reale Arena más de 34.000 almas realistas y no tiene pinta de que vaya a ser flor de un día. Porque nada se acerca a la experiencia de ver el fútbol entre la multitud de la tribuna y menos cuando tu equipo juega y gana con esa autoridad.
Ayer la gente disfrutó de lo lindo. Gracias al continente y al contenido. Hubo quien asistió por primera vez a un campo de fútbol y quien tras años de ver a la Real con pistas de atletismo mediante experimentó la misma emoción que el primero. Hoy el resultado no importa tanto, mañana ya veremos, lo que realmente interesa es que el futuro ya ha llegado y que no hay vuelta atrás posible. Solo así se entiende que Isak, un chaval sueco espigado, se enfrentara con semejante osadía ante Savic y Giménez, nada que ver con los angelitos de Islas Feroe. O que Odegaard, quien iba camino de convertirse en un juguete roto, demostrara tamaño carácter ante Saúl, Koke y Joao Félix. Se merendó a los tres. Merino, Oyarzabal y Zubeldia ejercen día tras día con una veteranía inusual a su edad, y el Atlético del Cholo fue un muñeco en manos del equipo de Imanol Alguacil, que finalmente sí pasará a la historia por ser el entrenador que ganó en el estreno del nuevo Anoeta.
Venció el equipo txuri-urdin porque supo aprender de la lección del derbi y se adecuó a las exigencias del rival. El técnico oriotarra no tuvo reparos en dejar en el banquillo a Januzaj y a Willian José para apostar por Portu e Isak, y no falló en su decisión. La Real mordió más que nunca por los costados y fue más profunda para buscar la zancada poderosa del delantero sueco. Además, ante una previsible presión alta por parte del conjunto colchonero, como la que realizó el Athletic para asfixiar a los realistas en San Mamés, Moyá ejecutó los saques de puerta en largo. El equipo blanquiazul no se quiso complicar atrás y se ahorró muchos sustos.
Los hombres de Imanol fueron haciéndose con el control del partido minuto a minuto. La posesión no llegó a exagerarse a su favor como en las primeras jornadas, pero tampoco hizo falta. De hecho, el encuentro comenzó a desnivelarse por completo en el comienzo de la segunda mitad. Simeone realizó una variante táctica que cambió definitivamente el rumbo del choque. El argentino pensó que era buena idea introducir a Marcos Llorente por Lemar para reforzar el medio del campo, ya que Koke y Saúl se encontraban en inferioridad, pero la modificación le salió rana. Los colchoneros perdieron fuelle ofensivo y los donostiarras circularon el balón con más facilidad. La salida de Correa por Joao Félix no hizo más que certificar el desajuste de los madrileños en la transición ofensiva. Zubeldia y Merino vivieron más cómodos a partir de ese momento. Incluso el centrocampista navarro aprovechó esta circunstancia para correr la banda y asistir a Odegaard en el primer tanto de la tarde. A la Real le salía todo tan bien que hasta Monreal celebró su debut con el gol de la tranquilidad.
Eduardo Galeano, que además de referente moral en Latinoamérica amaba el fútbol, legó entre su colección de reflexiones balompédicas que «jugar sin hinchada es como bailar sin música». No es que la Real jugara sin música, pero llevaba sonando a un volumen bajo el último cuarto de siglo. Ahora, por fin sin las barreras acústicas que suponían las pistas de atletismo y con las cuatro gradas terminadas, la Real baila y canta junto con su afición. Incluso hubo un momento ayer en que dio la sensación que el fondo norte y el sur se tocaban con los dedos.
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