Terrorismo propio, terrorismo ajeno
La mirada ·
A nadie, tampoco entre la izquierda abertzale, se le ocurriría aplaudir públicamente ningún 'ongi etorri' a los presos yihadistas del 11-M cuando salgan de la cárcel |1
El terror, cuando resuena cerca, siempre imprime huellas imborrables en la memoria personal. Aquella sobrecogedora mañana del 11 de marzo de 2004, muchos vascos se ... condolieron en lo más hondo por las víctimas atrapadas en los trenes de la muerte de Madrid y rezaron, creyentes o no, para que no hubiera sido ETA. Para que aquella matanza de gente corriente que había salido como cada día a ganarse la vida no llevara la firma de nuestro terrorismo particular; de esos otros vascos que continuaban pensando que la 'lucha armada' era un instrumento más en la guerra por la liberación de Euskal Herria. Había dudas razonables, desde aquellas primeras horas atroces, sobre la autoría del crimen. Pero más allá de conjeturas que urgían confirmación, hubo quien desechó a ETA con el escrúpulo de que todavía quedaban atentados que la banda no cometía. Y quien le atribuyó la responsabilidad, deseando errar en el pronóstico, precisamente por lo contrario, porque para entonces ETA ya había cruzado casi todas las líneas rojas imaginables: había intentado acallar a la disidencia matando a 'Yoyes', había perpetrado masacres como las de Hipercor y la de la casa cuartel de Zaragoza y había convertido en la obra de teatro más despiadada el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Buena parte de la ciudadanía de Euskadi pensaba que, a esas alturas de nuestra historia de violencia, ETA era capaz ya de cualquier cosa, por más que la izquierda abertzale lo negara. Por eso tanto desasosiego aquel inolvidable día de marzo; por eso tanto alivio -inconfesable, porque el alivio es incompatible con cualquier abuso terrorista- cuando se impuso la verdad. La verdad del yihadismo más mortífero.
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Nunca sabremos qué habría ocurrido si el Gobierno de Aznar hubiera ido de frente asumiendo que los atentados habían sido obra del salafismo, arriesgándose a pagar el precio en las urnas de haber involucrado a España en la invasión de Irak. Es imposible discernir si la ola de dolor, consternación y solidaridad que invadió al país se habría revuelto contra el Gobierno partícipe de la foto de las Azores o si el electorado habría cerrado filas ante una emergencia nacional. Lo que sí parece incuestionable, 15 años después, es que la mentira le costó la Moncloa al PP. Una mentira que podría haber resultado muy venenosa para la credibilidad de la lucha antiterrorista, golpeada de manera letal por los GAL en los años de plomo. Pero ni ETA ni la izquierda abertzale estaban ya en condiciones de sacar partido de la falaz 'teoría de la conspiración': los atentados del 11 de septiembre en Nueva York habían empezado a arrinconar a la banda en el combate global contra el terrorismo. Años después, al borde de su disolución y en un paradójico cierre del círculo, ETA admitió en su último zutabe que la matanza de Hipercor había representado su «mayor error», casi al tiempo que Sortu tildaba de «agresión criminal» el ataque yihadista contra Barcelona de agosto de 2017.
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El 15º aniversario del 11-M coincide con una reverberación de los desafíos que implica para los vascos el ciclo post-ETA. E invita a preguntarse dónde se sitúan los listones morales entre nosotros cuando los familiares de los presos agrupados en Etxerat aseguran, en su comunicado de petición de disculpas a las víctimas, que no eran «conscientes» del daño causado. Porque cómo puede ser posible esa inconsciencia ante el relato de tantas vidas arrebatadas injustamente. Cómo puede ser posible que la insensibilidad y la falta de empatía sigan exhibiéndose en los 'ongi etorri' a los reclusos que fueron responsables de todo ese sufrimiento. Porque a nadie, tampoco entre la izquierda abertzale, se le ocurriría hoy aplaudir públicamente ningún homenaje a los terroristas del 11-M cuando salgan de la cárcel. Y en medio de los aniversarios del horror, el mapa político continúa cambiando su fisonomía. Con el pacto para el Congreso con ERC, EH Bildu acaba de dar uno de sus pasos más rotundos para legitimarse como actor partidario en este contexto electoral y febril.
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