«Muchos no hablan a sus hijos sobre ETA porque les avergüenza explicar que miraron a otro lado»
«Víctimas del franquismo y del terrorismo deben tener los mismos derechos y la misma memoria. Es preciso igualar sin confundir y comparar sin equiparar ni justificar»
Las víctimas de las violencias franquista y terrorista y sus respectivas historias y recuerdos constituyen una realidad viva, «pero no todas están igualmente tratadas ni ... reconocidas». Esta y otras reflexiones se abordan en el libro 'Herencias del franquismo y del terrorismo. La consideración de sus memorias y sus víctimas' (Ed. Catarata) que han coeditado Eduardo Mateo y Antonio Rivera y que reúne las aportaciones del último seminario organizado por la Fundación Buesa y el Instituto social Valentín de Foronda. La obra la acaban de presentar en Donostia y mañana lo harán en Bilbao, en la sede de Gogora. Mateo explica que el libro pone de relieve que «dignificar a todas las víctimas dignifica el Estado democrático». También apunta que hoy muchos padres siguen sin hablar a sus hijos de lo que fue ETA porque «les avergüenza explicarles que no hacían nada o que miraba para otro lado».
–Quince expertos y víctimas aportan sus reflexiones en el nuevo libro de la Fundación Buesa, ¿qué mensaje quieren transmitir?
–Que todas son víctimas de periodos de violencia política y que todas tienen que tener los mismos derechos, la misma memoria. Fuera quien fuera el victimario que los hizo víctimas. Todas, evidentemente, son iguales, por eso hablamos en el libro de igualar sin confundir, de comparar sin equiparar ni justificar. Es la idea de contrarrestar la necesidad que tienen algunos de enfrentar a unas y otras desde la política o desde los números, de cuánto representan unas u otras. Todas las víctimas tienen los mismos derechos y hay que abordar la memoria, independiente de quienes sean.
«Es el tiempo de que el silencio acabe. Tenemos que ver lo que ha sucedido para aprender y para ver qué no se hizo bien»
–En el debate que suscita este nuevo trabajo se habla también de que por el hecho de poner el acento en la memoria de unas o de otras, se encuadra a sus defensores en una determinada ideología. ¿Por qué ocurre esto?
–Es una realidad que las víctimas del franquismo, de la guerra civil, son víctimas de las que se apropia o asume la esfera de la izquierda, y las del terrorismo son de la derecha. Y eso no es así, porque hay víctimas como el propio José Luis López de Lacalle, cuyo asesinato se refleja en la portada del libro, que fue víctima del franquismo y también de ETA. Y nadie puede adueñarse de ninguna. Parece que las víctimas del terrorismo corren ese riesgo de tener la legitimidad institucional, pero no la social, y las del franquismo, al revés. Todas tienen que abordarse y a todas hay que darles memoria y derechos.
–Esas consideraciones siguen generando además tensiones en el ámbito político o memorialístico.
–Es así. Desde el espectro político, el mundo que rodeó al terrorismo de ETA es muy defensor de un tipo de víctimas, las de la guerra civil, del franquismo, de los GAL, pero no son nada empáticos con otro tipo de víctimas. Y las van enfrentando. Parece que solo reivindican un tipo de víctimas. Pero no se puede olvidar que todas las víctimas son de toda la sociedad.
–¿Ve posible superar esa asignatura pendiente?
–Hay gente que condena unas violencias, pero rechaza otras. No tiene la misma contundencia. En el mundo cercano a ETA es así. La condena debería tener un peso mucho mayor que lo que es un rechazo. En la Fundación siempre decimos que los derechos humanos son para todas las personas, sin ningún tipo de distinción. Pero esto se sigue dando. Se da esa doble vara de medir y los derechos no tienen varas de medir. Son para todos. La violencia política es injusta en todo caso. Esa es la gran tarea pendiente. Hay una parte de la sociedad que lo tiene claro, pero hay otra que no lo tiene tan claro.
–«¿Y qué hacemos ahora con todo esto?», se pregunta Fabián Laespada en uno de los capítulos del libro.
–Se puede romper con los silencios. Ha habido muchísimos silencios, muchísimas miradas para otro lado. Los culpables de la ejecución de la violencia son unos, pero también la sociedad ha tenido un papel importante a la hora de reaccionar, a la hora de posicionarse. Y es el tiempo de que el silencio acabe. Tenemos que ver lo que ha sucedido para aprender y ver qué no se hizo bien. Mirarnos en ese espejo y reconocernos. Escuchar y avanzar en la memoria y en la historia, y romper también los tabúes que siguen existiendo. Cuando tengamos esa mirada limpia de lo que hemos sido, de lo que hemos hecho, de lo que no hemos hecho, podremos afrontar seguramente un futuro mejor.
–Hablan también de la antipatía que genera a una parte de la sociedad escuchar hablar de víctimas del terrorismo. ¿Por qué se da esa reacción?
–Porque las víctimas, su mera presencia, existencia, nos hacen recordar un pasado que hemos tenido, «un pasado sucio», como dice el escritor Joseba Eceolaza. Y nos hace posicionarnos dónde estábamos y dónde no. Por eso, las víctimas del terrorismo se hacen incómodas sobre todo para esa parte de la población que nunca las reconoció y con las que nunca quiso tener empatía. Los familiares de las personas asesinadas o los heridos o perseguidos, son el recuerdo perpetuo. En este país, además, hay un problema importante: que sigue habiendo partidarios de lo que supuso el franquismo y de lo que supuso el terrorismo, y eso también enfrenta el propio papel de las víctimas y cómo se sienten.
–Ahora se pone el acento en las nuevas generaciones y su desconocimiento de lo que fue ETA, pero en el libro también se cita que a finales de los 90 «casi nadie sabía nada ni quería saber de las víctimas» y que muchas de esas personas tampoco hablan hoy del tema con sus hijos...
–Ellos sí que sabían, por lo menos de lo que tenían cerca. Igual no podrían conocer contextos más amplios, pero sabían lo que pasaba y ahora mismo sentirán vergüenza o no quieren verse en lo que hicieron o dejaron de hacer en esos tiempos. Por eso muchas generaciones no hablan con sus hijos de estas cosas. Porque si los hijos les interpelan: '¿Y tú qué hacías?', de repente se darían contra un muro al pensar '¿Qué estaba haciendo yo mientras esto sucedía? Los jóvenes tienen que escuchar, tienen que aprender la historia y también lo que significa la memoria, evidentemente en la educación formal, pero también en las casas hay que hablar de estas cuestiones. Y mucha gente no habla por vergüenza, porque no sabe cómo afrontar y cómo decirle a sus hijos que no hacía nada, que miraba para otro lado. Esa es la gran cuestión. Esos son los silencios que a día de hoy seguimos dejando.
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