«Tras el atentado mi casera me echó. Temía que fueran a rematarme y le estropearan el piso»
A. GONZÁLEZ EGAÑA
san sebastián.
Sábado, 22 de enero 2022, 10:22
El policía nacional Francisco Zaragoza Lluch es uno de los 711 heridos en atentado de ETA a los que se refiere el 'Informe sobre la ... injusticia padecida por los integrantes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado así como sus familiares, a consecuencia del terrorismo de ETA (1969-2011)'. Zaragoza sufrió directamente tres atentados, uno en Pamplona en 1980, otro en el Hospital Militar de San Sebastián, en junio de 1983, y el tercero, el que le dejó con una incapacidad permanente con 31 años, ocurrió en Eibar. Tres furgones se dirigían a Ipurua cuando ETA hizo estallar un coche bomba a la altura del barrio de Amaña. «He visto morir a muchos compañeros», asegura con hondo pesar, mientras cita las seis intervenciones quirúrgicas que tiene en la columna, remarca que sigue en tratamiento psicológico y psiquiátrico y recuerda que tardó 18 años en volver a Euskadi tras el atentado en Eibar. Estos días está por Donostia, donde hace dos años tuvo su última operación de espalda. En la actualidad es el presidente de la Asociación Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado víctimas del terrorismo.
–¿Se ve reflejado en el informe que acaba de presentar el Gobierno Vasco?
–En general sí, pero yo habría incluido más testimonios y ahondado más en el tema.
–¿Qué le parece que la consejera Beatriz Artolazabal haya destacado que la injusticia que padecieron «fue intolerable»?
–Sí que es intolerable que a gente a la que tú estas defendiendo e intentado ayudar en todo te maltrate hasta la muerte. Sin duda es intolerable. Me parece una buena definición. Estas cosas ocurrieron en los tiempos que ocurrieron, pero ahora aunque no nos lo creamos, seguimos en la misma situación.
–¿A qué se refiere?
–A que todavía hay miedo entre los miembros de los Cuerpos de Seguridad a ser nombrados públicamente.
–Justamente, los testimonios que recoge el informe preservan la identidad de las víctimas.
– Pero no es por culpa nuestra, sino las circunstancias de la educación que se ha recibido, la vida que se ha vivido y los círculos en los que se ha movido la ciudadanía. Hay compañeros que quitan el nombre del buzón de su portal. Muchos me piden que elimine el remite de las cartas que les envío desde la asociación, en las que pone 'víctimas del terrorismo', para que ni siquiera el cartero pueda decir nada a ningún vecino.
–¿Sintieron durante años desamparo institucional y social?
–Eso todavía no ha terminado, sigue existiendo. Las palmadas en la espalda, las falsas promesas de los políticos, el 'no te preocupes chaval, que te vamos a dar esto y lo otro', y cuando te presentas en el cuartel para pedir ayuda la respuesta es: 'Ya no perteneces al Cuerpo, búscate la vida'. Durante mucho tiempo se perdían los informes tanto médicos como de los atentados, con el consiguiente perjuicio a la hora de reclamar las condecoraciones a las que tienes derecho. Lo mismo pasa con casos de agravamiento de las lesiones que deben pasar por un tribunal y no se dispone de la documentación.
–¿Cómo era su vida? ¿Podían entablar relaciones sociales?
–Nuestro servicio era de 24 horas y era imposible tener alguna amistad fuera de ese tiempo. Si tenías que estar días enteros con el uniforme puesto, la vida social se limitaba a los compañeros con los que mejor te llevabas o a la familia. Por seguridad, además, evitabas tener trato social con los vecinos. En ocasiones, ha sido bastante difícil la convivencia vecinal, sobre todo en el caso de las mujeres e hijos que se veían obligados a ocultar nuestra profesión. Éramos falsos viajantes o transportistas. El uniforme se lavaba discretamente y se tendía dentro de casa para que nadie nos pudiera identificar.
–¿La vecindad podía causarles problemas?
–A mí me han echado dos veces al conocer mi oficio.
–¿Con qué excusa?
–Una vez me dijeron: 'Váyase de esta casa que no alquilo el piso a policías'. Incluso, después de haber estado ingresado en el hospital por el atentado que sufrí en Eibar, al volver a casa mi casera me dijo que nos fuéramos cuanto antes, no fuera a ser que vinieran a rematarme y le estropearan el piso.
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