Ceremonia de la confusión

El desbarajuste en el que se ha convertido el plan masivo de vacunación merece una reflexión urgente y una profunda autocrítica por parte de los ... dirigentes políticos que pilotan tan sensible gestión sanitaria. Cuando aún retumba la reciente promesa del presidente Sánchez de que habrá 85 millones de profilaxis en seis meses y que el 70% de la población estará inmunizada en septiembre -en un nuevo retraso- la nueva restricción de la vacuna AstraZeneca deja noqueados temporalmente los planeamientos entusiásticos de Moncloa. Sin embargo, la realidad es bien diferente. Un día sí y otro también el antídoto anglosueco es objeto de inquietantes alteraciones en la franja de edad de sus beneficiarios. La última restricción al compuesto de Oxford supone todo un revés en la hoja de ruta que Sánchez había proclamado con alharacas este martes. El lío es tan monumental que interpela al presidente del Gobierno a ofrecer, junto a los dirigentes autonómicos, soluciones inmediatas y mucha certidumbre a un panorama cada vez más trufado de incógnitas. Esta sensación de desbarajuste precisa de un plan B de choque que funcione, que esté coordinado con las autonomías, y deje de una vez al margen intereses partidarios y citas electorales. El ciudadano quiere que se le vacune de una vez por todas y no se puede estar al albur de la batalla por los votos que se libra un día en Cataluña y ahora en Madrid. Tampoco es asumible que el estado de alarma se evapore por arte de birlibirloque el 9 de mayo y desde el Gobierno central no se ofrezca ninguna alternativa jurídica para aquellas comunidades que, como Euskadi, necesita una sólida cobertura jurídica para doblar la aún resistente curva de la pandemia. Sería inconcebible que Sánchez no quisiera ahora defender un nuevo estado de alarma para evitar un hipotético correctivo en el Congreso en vísperas del 4-M. Así no.