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Para los amantes de las emociones fuertes, la política vasca ha perdido la dosis de adrenalina. Ya solo los derbis entre la Real y el ... Athletic levantan pasiones de verdad. La 'agenda vasca' se ha centrado en las cosas del comer, y del vivir, y recoge también los ecos de la política española y de una efervescente situación internacional. El conflicto identitario, que se ha vivido en este país de forma dramática por el terrorismo de ETA, se ha transformado. La rapidez de este viraje ha sorprendido a muchos. Y en la Unión Europa no disimulan su perplejidad y su buena acogida por la rapidez de este movimiento. En una sociedad líquida, sin certezas, reina la incertidumbre. Un paisaje de niebla perfecto para una Euskadi en transición con una elevada autoestima, un alto nivel de prestaciones públicas y cierto peligro de perder posiciones en la liga de la competitividad económica.
Los datos de las encuestas del Deustobarómetro son el botón más ilustrativo de este giro copernicano. Para la mayoría, según el estudio presentado en diciembre de 2024 por los responsables de este sondeo, el principal problema de Euskadi era el acceso a la vivienda. Por primera vez. El 41% de la ciudadanía lo situaba entre sus principales preocupaciones. También preocupaban la sanidad y el elevado coste de la vida. Esta percepción se mantiene hoy.
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Esta realidad convive con la hegemonía política del nacionalismo, que se ha adaptado al cambio social e ideológico y ha aparcado sus acentos más de autoafirmación reivindicativa para centrarse en las políticas sociales y el bienestar económico.
La distensión identitaria clásica no implica que el nacionalismo vasco se haya evaporado. Ni que la mayoría social vasca haya dejado de tener un profundo sentimiento de pertenencia. El abertzalismo se ha adaptado al terreno de juego y ha aflorado una corriente vasquista templada. El factor emocional de vinculación con lo vasco se vive de una forma más natural, sin el componente reactivo que tuvo en las generaciones anteriores, muchas de ellas curtidas en el silencio obligado de la dictadura o en la represión. La resistencia de antaño se ha transformado en una cohabitación identitaria más tranquila.
La identidad se vive de forma más privada y los jóvenes de GKS que se manifestaron el Primero de Mayo en Bibao no tienen ya complejos en decir que su bandera es más la roja que la ikurriña, aunque son plenamente euskaldunes en su vida diaria. Esta afirmación hubiera sido considerada un anatema hace 25 años. En buena medida las escisiones históricas en la izquierda abertzale siempre han girado en torno a esa conflictiva relación entre el marxismo y la 'cuestión nacional'. Nada nuevo bajo el sol.
Quizá la 'normalidad' era esto. Sabemos hace tiempo, y alguna vez lo hemos leído incluso, que la democracia es aburrida e imperfecta por naturaleza. Cuando hace años, el socialista Txiki Benegas escribió 'La causa vasca' explicó que Euskadi mantenía una batalla épica –la lucha por la libertad y la desaparición del terrorismo– que justificaba por si sola su compromiso político. Esa épica ha desaparecido, y la mutación del paradigma exige a todos actualizar su mensaje. Toca reiniciar el equipo.
Durante años, además, el nacionalismo vasco construyó en su imaginario un visible enemigo. Era la España centralista que se intentaba asociar con el franquismo y la negación de los derechos nacionales. Un Gobierno 'amigo' hace más difícil el discurso. Contra Zapatero, por ejemplo, la deslegitimación del Estado era más complicada que con Aznar. Es más fácil explotar el agravio del rechazo que intentar sacar partida de una posición negociadora. El paso del tiempo ha asentado esa percepción. El grado de hostilidad hacia España se ha rebajado aunque para el sector más nacionalista el Estado aún mantiene una connotación negativa. Pero los gobiernos de coalición PNV-PSE y los acuerdos entre diferentes –además de la desaparición de ETA y de la intimidación– han rebajado ese sentimiento primario antiespañol que hunde sus raíces en el aranismo tradicional.
Euskadi no es una isla alejada de las corrientes de fondo. En primer lugar, de España. Los mantras vascos han perdido 'punch' pero el país no se ha parado y el autogobierno nos ha proporcionado bienestar y recursos económicos. La vivienda, la educación, el cierre de algunas industrias, la falta de seguridad en algunos barrios y la sanidad constituyen la agenda del día a día. La otra 'revolución' vasca, la cotidiana, se escribe con minúsculas.
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