Trompeteros del Apocalipsis
¿Cómo no va a creer en el futuro quien puede atisbar su brillo en los ojos de sus hijos?
No le parece que hay demasiada gente que va con gafas oscuras puestas, y no precisamente para protegerse del sol sino porque tienen la cosmovisión ... negra? A ver, ya sabemos que el mundo no está como para echar txupinazos, y que tire la primera piedra quien no se da el gusto de vez en cuando de despotricar porque «todo es una mierda» y «esto no hay quien lo arregle». Pero cosa distinta son los émulos de Don Pésimo, el de los tebeos de Escobar, o de aquel personaje de comedia que decía: «Yo es que veo a un nadador y ya me lo estoy imaginando ahogado».
Estos cenizos parecen regocijarse cuando algo se tuerce («¿ves?, ya lo decía yo»), en todo paisaje, por bucólico que resplandezca, anticipan futuras ruinas («con el cambio climático esto quedará abrasado»), y no es raro que las comidas en compañía de gente más positiva que ellos se les indigesten. Convencidos como están de que el colapso no ha de tardar, les decepcionó que la pandemia no fuera ese 'momentum catastrophicum'. «Espera, que la siguiente será aún peor», se consuelan mientras afinan sus trompetas del Apocalipsis.
Puede que en sus corazones avinagrados palpite una criatura inmadura a la que le frustra la imperfección y la caducidad. «¿No hay plenitud? ¡Pues vaya porquería!», patalean. Padecen una versión adulta del conocido síndrome de la galleta rota: la madre le da una galleta al niño, pero es la última y está un poco rota. El pequeño, enrabietado, la toma y la pisotea. Los pesimistas hacen lo mismo con lo que les ofrece la vida, siempre precaria e incierta.
Una observación superficial revela que abundan más los hombres que las mujeres, y en general personas sin excesivas preocupaciones materiales. Lo dijo bien Chesterton: «La desesperanza es un privilegio de clase, como los cigarros puros». Nancy Huston, en un interesante estudio sobre grandes escritores pesimistas, anota el dato de que frecuentemente no tienen hijos. Algunos incluso han considerado la procreación como un crimen: el filósofo Cioran describirá a una mujer encinta como «portadora de un cadáver» (sic), y el novelista Kundera compararía la vida familiar con «un campo de concentración» (resic).
Huston también ve infantilismo, arrogancia y sobre todo ingratitud en estos genios yermos. En contraste, la persona madura que asume la maternidad/paternidad recoge el pañuelo de plañidera, se arremanga y arrima el hombro para una vida y un mundo mejores. Porque ¿cómo no va a creer en el futuro quien puede atisbar su brillo en los ojos de sus hijos?
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