Sangre, sudor y cocacolas
Seudomedios dedicados a desvelar «la verdad nunca dicha» sobre la II Guerra Mundial cuentan con millones de seguidores en EE UU
Cuando Georges W. Bush llegó a la presidencia en 2001, colocó en lugar visible del Despacho Oval un busto en bronce de Winston Churchill regalado ... por el Gobierno británico. En el acto de presentación, el Bush txiki no pudo evitar la catetada («Era un hombre de gran valentía, que sabía lo que quería y lo persiguió como si fuera un texano»), pero lo sustantivo es que con ese gesto simbólico reconoció al premier como figura tutelar de la democracia, la libertad y la conquista de la paz sobre el totalitarismo junto a sus aliados. Valores políticos y éticos que dieron forma al mundo occidental de la posguerra.
Contra ese relato se revuelve hoy la denominada 'derecha bárbara', una nebulosa ideológica en el polo más radical del movimiento MAGA que mezcla el desprecio a la inteligencia, el supremacismo blanco y la fascinación por lo nazi desde un odio cerval a cuanto huela a igualdad y a justicia social, aislacionista y enemiga del orden multilateral. ¿Y qué mejor manera de dinamitar arraigados consensos históricos que derribando de su pedestal al gran Churchill?
Ojo, no son cuatro lunáticos. Seudomedios supuestamente desveladores de «la verdad nunca dicha» sobre la II Guerra Mundial cuentan con millones de seguidores e importantes apoyos en EE UU. Por ejemplo, el vicepresidente J.D. Vance se reconoce oyente de Darryl Cooper, un historiador amateur muy popular quien desde su pódcast 'The Martyr Made' tacha a Churchill de psicópata belicista que abusó del bienintencionado Hitler. Su delirante teoría es que el Holocausto no respondió a un plan genocida sino que fue consecuencia de un mero 'problema logístico': no sabiendo qué hacer con tantos prisioneros, los metieron en campos de concentración donde, ¡vaya!, se acabaron muriendo. Ello se habría evitado si 'el villano' Churchill no hubiera declarado la guerra a Alemania.
Con estas provocaciones revisionistas, un sector del trumpismo rompe hostilidades contra las élites académica y política tanto republicana como demócrata a rebufo del discurso del presidente, para quien la historia solo vale en tanto sirve a sus intereses. Tomemos buena nota: ya no son los hechos los que dictan lo sucedido sino la fuerza. Y para imponer la suya hace unos meses firmó un decreto titulado «Restaurando la verdad y la cordura en la historia de Estados Unidos». Orwellismo en estado puro.
De momento, el busto de Churchill permanece en el Despacho Oval, no muy lejos del famoso botón rojo que Trump pulsa cuando quiere que le sirvan una Coca-Cola.
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