Con inspiración y suela
Giputxirene ·
El investigador de la vida local recoge experiencias vitales, costumbres y técnicas con las que enriquecer el acervo colectivoA quienes no tengan relación con Elgoibar y su vida cultural, a nada les sonará el nombre de Koldo Lizarralde Elberdin. Nacido en Pasai San ... Pedro en 1950, marchó a Elgoibar al casar donde se empleó como mecánico y fue tentado por 'el ángel de la investigación'. Poco a poco, venciendo sus limitaciones con trabajo y ganas de superación, se puso a indagar sobre temas de etnografía y de historia: lugares, tradiciones, folklore, elementos del patrimonio tangible e intangible... De esa manera, a través de artículos y de libros, de forma notable contribuyó al conocimiento sobre el modo de vivir y de morir, de orar y de divertirse, de expresarse y de afirmarse de los elgoibartarras al correr de los siglos.
Acaso sea Koldo, fallecido esta semana, uno de los últimos representantes de una estirpe de investigadores y divulgadores que se iniciaron en una época y en un contexto social de escasa sensibilidad hacia tales asuntos. Invirtiendo esfuerzos, tiempo y peculio, sin esperar subvenciones ni recompensas, hacían con toda humildad lo que sentían como una obligación hacia su tierra. Autodidactas en su mayoría, frente a las insuficiencias que desde el ámbito académico les reprochaban, sin faltar a la verdad podían responder como Telesforo de Aranzadi: «Otros lo habrían hecho mejor, seguramente, pero nosotros lo hemos hecho».
Con sus peculiaridades biográficas y generacionales, los encontramos por casi toda Gipuzkoa. Que recordemos: Trino Uria en Azkoitia, José Letona Arrieta en Mondragón, Anjel Kruz Jaka en Urretxu y Zumarraga, Jesús Atxa Agirre en Aretxabaleta, Juan San Martín en Eibar, Juan Garmendia Larrañaga en Tolosa, Iñaki Zumalde en Oñati, Ramiro Larrañaga en Soraluze, Teresa Amuategi en Urnieta y Deba, Karmele Goñi en Zerain, Antxon Aguirre Sorondo desde Donostia, o Josetxo Zufiaurre, hoy activo investigando las cosas de Beasain. Y en Elgoibar, nuestro amigo Koldo.
Igual que el arqueólogo recompone las piezas halladas en un yacimiento para volver a la vida una vieja vasija o un mosaico, el investigador de la vida local recoge experiencias vitales, costumbres, técnicas y materiales con que enriquecer el acervo colectivo. Y en esa labor, con entusiasta inspiración y gastando mucha suela por caminos, preguntando y anotando testimonios, salva del olvido retazos de una historia común. Con ello se hace realidad lo que hermosamente expresara André Malraux: «Solo hay un acto sobre el cual no prevalecen la indiferencia de las constelaciones ni el eterno murmullo de los ríos: es el acto por el cual el hombre arrebata algo a la muerte».
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