Asumir la Memoria
Iñaki Adúriz
Jueves, 18 de mayo 2023, 07:01
Con la campaña de las elecciones del 28-M ya iniciada, hablar de la 'Memoria Reciente' (1960-2018, Gogora), se nos antoja complicado pero necesario ... en un período en que las ideologías y los intereses partidistas nublan la visión, respecto a un tema central como este que, ante todo, demanda sensibilidad y acuerdos. Ahora que se han cumplido cinco años del fin de la banda etarra, podría ser una buena ocasión para hacerlo. Solo que el silencio de los que nunca han renegado de ella, sumado a otra nueva afrenta a las víctimas, la de las listas de EH Bildu, engrosadas por candidatos condenados por sus vínculos con ETA. Será por eso que haya unanimidad en que se concluya que, si, por un lado, la deslegitimación del terrorismo es evidente, según algunos estudios (el 89% de los vascos, según Deustobarómetro, asegura que la violencia con fines políticos es injustificable), por otro, el tema de la memoria sigue siendo algo así como una asignatura pendiente, lo que no deja de ser contradictorio.
Recuerdo que hace ya tiempo que apenas oigo, y menos leo, aquel adjetivo que empujaba a sumarse a una mejor forma de aprender y hacer, por vía mayormente de la interacción social. Era el término 'proactivo', que difiere un tanto del, acaso, más usado 'empático'. Traerlo, ahora, aquí, podría significar deslegitimar el terrorismo, por medio de una actuación proactiva hacia la memoria de los que lo han padecido, sus víctimas. Estas, en su gran mayoría de la organización etarra, lo fueron por ser seres humanos y defender los derechos y libertades de la sociedad democrática a la que representaban. Pero, a algunos esto les debe de costar mucho entender y prefieren aludir a un hipotético 'conflicto vasco' y, en consecuencia, a la guerra de dos bandos y a las víctimas indistintas de todo ese dolor. Como ha ocurrido, hace poco, con las webs de algunos ayuntamientos, la memoria de aquellas solo tendría sentido, si se cuenta con esa supuesta generalización, en la que hasta el lenguaje se evade de llamar a las cosas por su nombre. No se estaría, aún, pues, en un estadio, como se suele insistir, de relatar de forma crítica y consensuada un pasado reciente, del que para nada se puede estar orgulloso, sino, quizás, en otra fase previa, por mucho que a algunos les parezca esto, ya, superado. ¿Cómo va a estarlo si no se atiende a lo básico? Ciertas son las graves vulneraciones de derechos humanos, producidas por el Estado, durante algunos años, mas estas no deben soslayar la ignominia de centenares de asesinados y de miles de víctimas, a causa de la violencia etarra.
Desde luego, no hay que dejar de pasar el trabajo hecho, tanto desde lo institucional público, como desde lo privado. Aunque, al final, ocurra que «solo un 5% de los visitantes del Memorial de las Víctimas del Terrorismo son escolares» (R. López Romo). Se ve que, más allá de esa labor formal y material, falta lo más importante, la persona y asumir la responsabilidad del pasado reciente. Sin esto, es evidente que la memoria poco se irá clareando. Así, antes de nada, hay que estar dispuestos a hacerse cargo de un pasado que no debería de haberse producido. Si fuera necesario, incluso, ¿a pagar por ello? No se olvide que hay cerca de trescientos crímenes terroristas sin resolver. Y a reparar las graves consecuencias sufridas por las víctimas ocasionadas. De ahí que, por lo menos, junto al terreno del relato, para la construcción de una memoria crítica, habría que allanar el de la moral y la coherencia con uno mismo y con los demás, el de los valores éticos del civismo, la responsabilidad y la convivencia, en sociedad. Respecto a esto, recuerdo un pasaje final, de una certera obra ('La carta', 1989), acerca de la violencia terrorista vasca y sus efectos sobre las personas que la sufrían, de Raúl Guerra Garrido, quien ya supo también de ello. En dicho fragmento, el protagonista meditaba acerca de cómo, en algunos casos, se asume el mal hecho, por parte de los miembros de la sociedad, en la que aquella violencia se guarecía de forma sistemática. «Una acción mala -se lamentaba- es mucho más tolerable si no somos nosotros los únicos en verificarla dentro del grupo en que nos es dado vivir, la estimación de los demás es tan importante que incluso se participa en el mal que los otros hacen para no sentirse aislado del colectivo, y ser todos culpables no solo viene a significar no perder la estimación de los otros sino también una conciencia de culpa que se comparte hasta diluirse y desaparecer en la común aceptación» ¿No es conocida, hoy en día, esta suerte de razón exculpatoria que el ficticio protagonista reprochaba a la sociedad en que vivía, mientras era amenazado y extorsionado por los terroristas, en la más absoluta soledad? ¿La memoria que algunos buscan, no es sino que un pasado funesto desparezca en la «común aceptación»? De ser así, no es extraño que se siguieran dando nuevas afrentas a las víctimas.
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