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El árbol de la ciencia

Racismo en el fútbol

Hay un biomarcador cerebral de la intolerancia que lleva al triunfo de la simpleza emocional sobre lo racional

Domingo, 21 de abril 2024, 02:00

Si alguien le preguntara si se considera racista, seguro que respondería con un no tajante. Pero si pusiera su cerebro en el interior de un ... aparato de resonancia magnética funcional y se analizara el patrón de actividad al presentarle caras de personas de otra raza, hay un 75% de posibilidades de que las neuronas de su amígdala se activaran en menos de una décima de segundo. Este núcleo es el epicentro del miedo, la ansiedad y la agresividad. Es decir, de un modo automático reaccionamos con miedo o ansiedad al ver un rostro de alguien de una raza distinta y la rechazamos. Deprimente, pero cierto. Por fortuna, segundos después se activa otra parte del cerebro, la corteza prefrontal, y frena la actividad amigdalar. Es la voz racional que dice: «No pienses de ese modo. No es lo correcto y tú no eres así». Si uno es un racista convencido, la corteza prefrontal no entra en acción. Estos hallazgos se repiten estudio tras estudio y llevan a concluir que somos «racistas bajo control». El mismo patrón de actividad cerebral sucede con la xenofobia, la aporofobia o la homofobia, por lo que cabría considerarlo como el biomarcador cerebral de la intolerancia y del odio.

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