La batalla de los relatos políticos
ROBERTO R. AMARAYO
PROFESOR DE INVESTIGACIÓN EN EL IFS-CSIS E HISTORIADOR DE LAS IDEAS MORALES Y POLÍTICAS
Miércoles, 5 de febrero 2020, 10:45
En 1789, durante la Revolución francesa, los diputados partidarios de conceder el veto al monarca se situaron a la derecha del presidente, mientras que sus ... detractores lo hicieron a la izquierda y los indecisos quedaron en el centro. Se suponía que la distinción entre políticas conservadoras y progresistas había quedado periclitada, o al menos eso es lo que pretendieron los nuevos partidos políticos españoles, quienes apostaban por otro tipo de topologías como la de arriba y abajo con una mayor transversalidad. Lo cierto es que las banderías nacionalistas habían difuminado la citada distinción desde tiempo atrás, como demostraba con toda contundencia las fuerzas proclives al independentismo en Cataluña, que forjaron alianzas poco naturales entre partidos antisistema y otros de corte democristiano, por decirlo así, junto a los republicanos izquierdistas.
Los debates previos y posteriores a la investidura de Pedro Sánchez reflejan un cambio de tendencia. Resulta muy sintomático haber escuchado al portavoz de ERC, Gabriel Rufián, negar que «España robe a Cataluña» con el argumento de que quienes han esquilmado al erario público tienen nombre propio y se llaman Bárcenas y Pujol, entre otros. La fractura dentro del independentismo no es baladí y podría deparar sorpresas en un futuro cercano. ERC siempre ha sido un partido izquierdas e independentista, pero Convergencia nunca fue una cosa ni la otra, hasta que hubo de ir cambiando sus etiquetas y abrazar el independentismo con la fe del converso para ocultar las vergüenzas de sus corruptelas económicas, aquello que todos conocemos por la comisión del 3%. También resulta significativo el diverso modo en que los dirigentes de ambas formaciones han afrontado sus problemas con la Justicia. Mientras que unos han sido juzgados y cumplen condenas de prisión, otros decidieron darse a la fuga y disfrutar de un exilio dorado, aunque no desdeñen acogerse a la legalidad vigente, pero solo cuando esta les conviene.
Personalmente prefería un Gobierno monocolor del partido mayoritario, pero he cambiado de opinión tras el debate parlamentario de la nueva investidura. Si las fuerzas conservadoras pueden unir sus fuerzas, tampoco veo por qué no pueda caber lo contrario. Andalucía fue una experiencia piloto y allí parecía justificado que hubiese alternancia, pero Madrid y Murcia eran comunidades con un historial político diverso. El papel de Ciudadanos resulta del todo incomprensible. Pudo arrebatar al PP el espacio del centro y, sin embargo, le quiso suplantar salvándole de caer en el abismo al hacerle retener presidencias autonómicas y consistorios emblemáticos. Tras el descalabro de las últimas elecciones, podría haber intentado recobrar su alma socialdemócrata con tintes liberales del inicio, cuando suscribía pactos de investidura con el PSOE, y revertir los acuerdos madrileños por ejemplo, sustituyendo a la incalificable Isabel Gómez Ayuso por Ángel Gabilondo y haciendo a Begoña Villacís alcaldesa de la capital. Bien al contrario, Inés Arrimadas ha decidido seguir con la misma dinámica que hizo dimitir a Albert Rivera y ha condenado a la irrelevancia ese liberalismo que pretendía representar.
Así las cosas, no debemos mirar al pasado para revivir el frente popular contra la insurgencia del nacionalcatolicismo, aunque no esté de más hacérselo estudiar a las nuevas generaciones. Si los populares y los presuntamente liberales pueden colaborar con el ultranacionalismo españolista, por esa misma regla de tres no debería ser escandaloso que un partido socialdemócrata pueda gobernar con otro más a su izquierda y el apoyo de fuerzas que apuestan por el nacionalismo desde posiciones izquierdistas. Por de pronto, parece desbloquearse una situación de parálisis y escuchamos de nuevo hablar sobre las cuestiones cotidianas que preocupan a los ciudadanos, tales como la creciente desigualdad, el mercado laboral o las pensiones, porque la política está para solucionar problemas y no para crearlos. Los políticos deben utilizar argumentos y pactar con aquellos con quienes no comparten todo su ideario para llegar a consensos desde un saludable disenso. Es inadmisible que las mentiras suplanten a los argumentos e intolerable que se instrumentalicen cosas tan graves como el terrorismo.
Las batalla de los relatos políticos ha comenzado, a derecha e izquierda, y los expertos en comunicación resultan fundamentales para contar lo que se hace o deja de hacer, como bien sabe Iván Redondo y quien ha sabido confiar en sus consejos. Veremos cómo se comportan aquellos que se proponían asaltar los cielos y ahora portan una cartera ministerial, quienes ven su ideario progresista escorado por el nacionalismo independentista y los que profetizan el advenimiento del apocalipsis desde una oposición sin cuartel.
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