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Igoin, paseo entre tumbas milenarias
Antes de la llegada de la noche de las almas, Gau Beltza, esta cima del parque natural de Aiako Harria, cuida los preciosos dólmenes que descansan a sus pies
La noche se está empoderando y los días grises anuncia pronto su llegada. A pocos días, de la celebración de la 'noche negra', gau beltza, visitamos una ruta que nos permite conocer numerosos monumentos megalíticos a pies de dos cimas discretas, Igoin y Alkola, pero envueltas de una belleza más que destacable, mientras intentamos descubrir o imaginar a aquellos hombres y mujeres que eligieron este bonito paraje para el descanso eterno de sus seres queridos.
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La ruta de los dólmenes de Igoin-Alkola está repartida por los límites de Astigarraga, Donostia, Errenteria y Hernani. Se sitúan en una sierra de escasa altura. Va desde las cuevas de Aitzbitarte hasta Fagollaga en Hernani. Pese a que en la actualidad la plantación de pino lo cubre ampliamente, esta esconde una actividad pastoril a lo largo de la historia que ha sido preponderante en la zona. Algunos de los ejemplares de esta estación gozan de un estado de conservación muy satisfactorio. La composición del terreno es de arenisca. Esta estación se compone de 14 monumentos megalíticos: el dolmen de Akolako Lepua I y II (Período general :Neolítico, Calcolítico / Eneolítico, Bronce), Arritxieta (Período general :Neolítico, Calcolítico / Eneolítico, Bronce), Igoingo Lepua I y II (Período general :Neolítico, Calcolítico / Eneolítico, Bronce), Landarbaso I, II, III, IV, V y VI, Sagastietako Lepua I y II (Período general :Calcolítico / Eneolítico, Bronce). Completa la lista la cista de Langagorri.
Mientras descubrimos los monumentos funerarios de hace miles de años, descubriendo la importancia del paso a la otra vida para aquellas mujeres y hombres. Eso no viene a la cabeza cada vez que nos paramos junto a ellos, teniendo en cuenta únicamente su situación estratégica. Las vistas hacia el mar o los valles son perfectas y descansar eternamente en esos lugares tiene mucho sentido. Es un regalo. La muerte ha tenido mucho peso en nuestra cultura y dando un salto muy grande en el tiempo, dadas las fechas, no podemos obviar que durante generaciones, hasta el siglo XX, en zonas rurales de toda Euskal Herria se mantuvo la tradición de vaciar calabazas, patatas y remolachas para introducir velas. Las familias comían castañas y los niños y niñas salían a pedir la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre.
INFORMACIÓN MIDE
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Acceso: Debemos dirigirnos hasta Hernani por la A-15 para después seguir la GI-3410 hasta un poco antes del km. 4, al barrio de Epele.
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Horario: El paseo desde el restaurante Irubide ronda las tres horas a un ritmo tranquilo. No hay gran desnivel, por lo que es muy interesante para realizar en familia
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Distancia: 12 km.
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Desnivel positivo: 543m.
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Severidad del medio: 2
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Dificultad orientación: 2
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Dificultad del terreno: 1
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Esfuerzo necesario: 2
Esa noche, las calabazas ya vaciadas se iluminaban con velas, siguiendo la tradición de los pueblos celtas, que a partir del siglo XIII a C., extendieron en toda Europa el Samhain. Esta era su fiesta más importante, ya que representaba el fin del ciclo de la cosecha y el inicio de la época de los fríos en el calendario lunar.
Para festejar la Gau Beltza, las semanas anteriores a la esperada noche, se procedía al vaciado de calabazas para luego colocarlas en lugares escogidos, rincones oscuros, y esperar a que las mujeres que habían acudido al rezo del rosario en la iglesia salieran. El objetivo era asustarlas haciéndolas creer que se trataba de un ánima errante o de los ojos del demonio. Creían que en estas fechas las almas de los difuntos regresaban a casa, y encontrarse con una de esas calabazas iluminadas generaba grandes sustos. Esto divertía a los traviesos jóvenes, que después se ganaban una buena reprimenda en sus casas, porque no estaba bien vista.Las cosas han cambiado mucho durante el último siglo, y la incursión de otras culturas ha hecho que emerja la tradición popular vasca de la noche del 31-1 de noviembre. Ahora, Gau beltza está recuperando su espacio en el calendario festivo de muchas poblaciones que cada uno a su manera rememorá la tradición.
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Desde el barrio Epele
La ruta elegida esta semana hasta Igoin discurre por un cordal cargado de prehistoria con un hermoso monumento megalítico a sus pies. Igoin es un discreto monte que no destaca por su importancia por altura ni por las vistas que se disfrutan desde ella, ya que una poblada masa arbórea rodea a su buzón y punto geodésico. Igoin se sitúa al sureste de Hernani, en el extremo meridional del Parque Natural de Aiako Harria. Ese precioso entorno en el que se pueden realizar tantas y tantas salidas y en estas fechas tan recomendables, por la belleza de sus bosques. En esta ocasión, el recorrido propuesto comienza en el barrio Epele de Hernani, coincidiendo en buena parte con el sendero PR-GI 1002. La senda se adentra en el bosque (S) y remonta hasta la carretera que lleva al collado Larrain (0h.20'), presidido por una sidrería. Allí, una pista de cemento recorre la vertiente meridional del cordal hasta el caserío Akola, justo en la entrada al Parque Natural.
Un poco más adelante, tras un paso canadiense, encontramos dos opciones. Optamos por seguir por la izquierda, que nos conduce hasta el collado Sagastieta. Impresiona por su buen estado al encontrarse de pie, pero sobre todo por la belleza de las vistas que le rodean. La línea de Adarra, el mar, Donostia... Impresionante. Muy cerca se encuentra otro de los dólmenes de la zona, al comienzo de la pendiente que nos conducirá por un precioso bosque al punto geodésico de Akola. En mitad de un precioso bosque cuyas rocas presentan un manto verde muy intenso. Junto al vértice se encuentra un pequeño cercado de piedra. Seguimos las marcas blancas y amarillas que nos acompañan en gran aprte del trayecto y llegamos a Arritxieta.
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Cima que es difícil de localizar, ya que no cuenta ni con buzón ni punto geodésico. Su nombre aparece pintado en una pequeña losa, situada sobre un montón de piedras. Tras pasar un paso en una alambrada, descendemos por una zona de pasto en el que hay alguna yegua y los cazadores esperando el pase de paloma torcaz. Avanzamos con Igoin al frente. Antes de emprender el ascenso por el bosque, nos situamos antes el dolmen que lleva su nombre. El paso de la zona alambrada nos permite adentrarnos en un montón de árboles, robles, castaños, acebos,... que mudan sus hojas verdes, en algunos casos a colores más rojizos u ocres, mientras los acebos machos lucen un mar de perlas rojas. Muy bonito. El paso de numerosos senderistas ha marcado el camino más idóneo a seguir, mientras en el ascenso nos encontramos algunos hitos que nos indican que vamos en la dirección correcta. El bosque nos absorbe y nos traslada a un paraíso, sin ruido, un paraje idílico en el que, otra vez, el color verde del musgo nos muestra una alfombra natural que destaca sobre el gris, casi blanquecino, de las rocas que de manera desordenada generan un escenario perfecto. Nos encanta, solo falta que aparezca algún duende.
Subimos de manera tranquila por la cuesta, bastante pronunciada, que nos conduce hasta el punto geodésico y la paloma que parece que ante nuestra llegada va a emprender el vuelo. Desandamos nuestro camino hasta la cima para volver al dolmen donde cogemos la pista a la derecha. Tras superar el paso canadiense seguimos las marcas blancas y amarillas que nos conducen por un bonito paseo hasta Epele.
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