Hay una pequeña biblioteca en el baño donde se han afincado, sin pedir permiso, los libros de poesía. Entiendo que el lavabo es un lugar ... idóneo para actualizar Instagram pero prefiero revisitar a Karmelo Iribarren o Tito Muñoz. Ahí puedo abstraerme y huir, por un momento, de un mundo cada vez más ruidoso.
Antes de que aprendiéramos a dibujar letras ya componíamos versos. La poesía es un acto básico del ser humano. Algo pequeño, un chispazo, con el poder de despertar la llama que ilumina los rincones oscuros del alma. Me gusta el sonido que desprenden las palabras de un poema. El ritmo me ensimisma, reduce un par de marchas la velocidad de rotación de la tierra y me anima a conversar con mis dudas.
He leído esta semana el poema que ha generado GTP3, la última inteligencia artificial y me siento aliviado. Hacer bailar las palabras exige algo más que rimar horizonte con rinoceronte. Por ahora, el metaverso no es un estilo literario. En un tiempo en el que el conocimiento se nos da pre-masticado la poesía es incómoda. Exige escarbar entre líneas y explorar nuevos sentidos.
No es fácil desarmarse ante un poema. Nos enseñaron los endecasílabos como quien memoriza la tabla periódica. Aún la miramos con recelo, pero nunca hemos necesitado tanto la poesía. Basta con encender las noticias para comprobarlo. Comienza un año repleto de curvas y el primer propósito que me he fijado es leer un poema cada mañana. Imagino que es lo más espiritual que puede invocar un descreído.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión