«¿Que me traten como a una anciana? Me rebelo contra eso»
Ramón, Cuca, Loures y Arturo, usuarios del hogar del jubilado Guardaplata en Bidebieta, Donostia
Son las 11.00 de la mañana y el hogar del jubilado Guardaplata, en el barrio donostiarra de Bidebieta, bulle de actividad. En la terraza ... exterior algunos pensionistas aprovechan el buen tiempo. En el bar, jubilados y demás clientela de edades variadas se preparan para hacer frente a la inminente hora del almuerzo. En el recibidor, una mujer pregunta cuándo llega el podólogo y un hombre entorna los ojos para intentar leer los carteles de actividades clavados en un panel de corcho. Cuando alguien enciende una luz, se lo agradece. «Es que no veía nada», reconoce.
La gente entra y sale, se nota que es un lugar vivo. De una doble puerta acristalada se escapa la música de la clase de baile. Al hogar llega un grupo de adolescentes. Son jóvenes que han sido excluidos del sistema educativo tradicional y han entrado como alumnos en la fundación Adsis. Participan en un proyecto para ponerlos en contacto con la comunidad del barrio. «Estamos trabajando con ellos. Les hemos dado un cariño que no han tenido hasta ahora. Nos tienen un respeto bárbaro», dice Arturo Gil, presidente de Guardaplata.
En un pequeño despacho, alejado del rumor del bar y de los ecos de la clase de baile, se juntan alrededor de una mesa Ramón Colina (74 años), María José Iturri, más conocida como Cuca (85), Lourdes Fernández (65) y Arturo (77). Van hablar sobre el edadismo, aunque en principio no parece tarea fácil porque el término no les suena de nada.
«De tanto que te dicen no hagas esto, no puedes, no comas eso y no bebas lo otro, terminas creyendo que estás gagá»
Es poco después, tras haber recibido las pertinentes explicaciones, cuando asienten. «¿Que a mí me traten como a una anciana? Ni pensarlo. Yo me rebelo contra eso», dice María José. «Tengo un bisnieto de 8 años y a veces juego con él a la máquina de matar marcianitos y le gano. Él dice a los demás 'la yaya me ha ganado', pero después les dice que se ha dejado ganar porque le daba pena, y eso es algo que no me gusta nada».
«El primer trato de este tipo empieza en el núcleo familiar», afirma Lourdes. Ella se ha jubilado hace poco y asegura que ha visto el edadismo en gente que es objeto de comentarios del tipo «como no puede, como no llega...». Surge aquí el concepto de profecía autocumplida, por el que las expectativas que se tienen respecto a una persona acaban cumpliéndose. Por ejemplo, si un profesor repite a alguno de sus alumnos que no llegará a nada en la vida, es probable que se cumpla el vaticinio, pero no porque el alumno no valga, sino porque el maestro ya se ha dado por vencido y deja de prestarle la suficiente atención. «De tanto que te dicen no hagas esto, no puedes, no comas eso, no bebas lo otro porque te sienta mal, acabas creyendo que es verdad que estás gagá», se queja Cuca.
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«Empieza en el núcleo familiar, enseguida te dicen ya te lo hago yo», insiste Lourdes. «Yo creo que es porque a ellos los hemos acostumbrado mal», replica Arturo. «No se refiere tanto en el día a día sino a casos como cuando te dicen que no vayas a la caja de ahorros porque tú no entiendes», puntualiza Lourdes. «Yo voy a la Diputación a hacer una gestión para sacar una tarjeta, me dan un código y que me las apañe, y yo digo, ¿usted por qué sabe que yo sé? ¿Por qué tengo que saberlo?», prosigue. «Todas las asociaciones se están volcando para que la gente mayor procure estar al menos a un nivel digital básico. Está clarísimo que nos cuesta muchísimo más aprender, pero al final lo hacemos», añade Arturo.
Prejuicios
«En ningún momento los jóvenes de Adsis con los que estamos trabajando nos han dicho que somos viejos e inútiles», dice Arturo. «Pero eso es porque ya nos conocen», asegura Lourdes. Es el desconocimiento, son los prejuicios y estereotipos los que pueden llevar a una discriminación que se revela de forma muy sutil porque se ejerce pretendidamente en nombre del bienestar de los mayores.
«Tú vas a contratar un viaje y cuando les dices cuántos años tienes te contestan que no saben si ese viaje es para ti porque todos piensan que como ya has alcanzado una edad sufres una patología oculta, y no tienes por qué. Te dicen: '¿70 años?, pues no sé si estás como para ir a Perú'». Otro ejemplo. «Yo he ido a hacer un seguro médico y te contestan que a esa edad algo tendrás, y si algún conocido de 61 años paga 50 al mes, yo por tener 65 voy a pagar cien».
«Cuando se organizan excursiones a mí me han dicho que por qué le dejas venir a esta persona porque no puede andar bien y hay que estar con ella. Esto es algo que ocurre entre la misma gente mayor. Lo que hemos hecho ha sido llevar una silla de ruedas en el autobús», explica Arturo. «En nuestra tamborrada a una persona la miraban con mala cara porque no bailaba. La tambor mayor dijo que era la fiesta de todos y ahí cabía todo el mundo, pero en un ensayo una le llamó la atención. Yo fui y le dije: '¿sabes qué pasa?, que tú no querrías estar en su piel'. Esa chica es como es, está como está. Tiene 66 años pero poca movilidad y ya la ven como vieja», cuenta Lourdes.
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