Entonces jugábamos a contar los segundos que éramos capaces de mirarnos sin pestañear. Ahora ya supone suficiente reto fijar la mirada en alguien, en algo, ... sin desviarla al móvil. Gastamos, cada día, más de 3 horas en nuestro smartphone, fragmentadas en pequeños instantes que interrumpen cada lectura, conversación, clase, atardecer, paseo.
En esta era despistada se ha creado una nueva relación entre el espectador y aquello que observa. Rodeados de pantallas fijas que compiten con pantallas móviles, con estímulos visuales que gratifican tu atención en segundos, triunfan los entretenimientos que no exigen una gran concentración. Hago recuento y recuerdo pocas actividades que nos obliguen a fijar la atención en una sola cosa. Practicar deporte, conducir y ver una película en una sala de cine.
Mirar una película a oscuras, en silencio, sin interrupciones, en pantalla grande, es algo más que una experiencia cultural. Quedar hipnotizado durante dos horas, en comunión con otros devotos, por un rayo de luz que te invita a vivir otras vidas, recuperar sentimientos, viajar a otros tiempos, a otros lugares, es un tratamiento terapéutico que alivia el estrés de la multitarea y repara el déficit de atención. El cine sufre las consecuencias del 'streaming'. Las salas languidecen pero su magia es más curativa que nunca. Acaba otro Zinemaldia y creo que no somos conscientes del esfuerzo que supone organizarlo. A los cientos de personas que lo hacéis posible, gracias por la terapia.
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