Su caso es peculiar. Muy peculiar. No solo porque empezó siendo carpintero y ha terminado dedicándose a un sector que genera tanto rubor como curiosidad, ... sino porque durante unos años lo compaginó además con una concejalía de Planeamiento por EA en el Ayuntamiento de Oiartzun en la legislatura 2003-2007. «¿Y aun sabiendo a qué te dedicas la gente te vota?, me preguntó alucinado un alemán que me montaba las cabinas del sex-shop», recuerda.
Iñaki Olaizola Antxustegi define su negocio como «una tienda que no vende cosmética eróticomilagrosa para sentir o desear más, porque es mentira, sino la excusa para dedicarnos tiempo». Y tan pronto se pone el lápiz detrás de la oreja o se remanga para debatir sobre las ordenanzas municipales, como orienta sobre el mejor vibrador del momento. Así es él: un salsero, que llama a las cosas por su nombre, pero, a la vez, un romántico de la erótica, que trata la sexualidad y los productos que vende en su tienda con un respeto absolutamente alejado del chiste fácil al que se prestan muchos de los artilugios que tiene expuestos.
¿Cómo termina un carpintero montando dos sex-shop? La pregunta es obligada. «Muy sencillo. Me gustaba (y me gusta) el heavy y el porno, y vi que era un sector que atendiéndolo con normalidad podía funcionar». Cuando apenas superaba la veintena ya era cliente de un sex-shop donde alquilaba películas y siempre salía con la losa del estigma en la espalda y con la sensación de estar «en un sitio lúgubre, oscuro, cutre y donde el dependiente se giraba para no verte la cara, no fuera a ser que reconociera a algún cliente».
Aquella sensación de entrar en un lugar prohibido no le gustaba y cuando su padre se jubiló de la carpintería en la que trabajaban juntos, Iñaki y su hermano decidieron montar un sex-shop, primero en Mamut y después en Donostia -PittilinGorri y Bitxigorria-. Se remonta a finales de los años 90 y naturalmente a su padre, que les recriminaba que esto era «como vender droga. No le hizo ni pizca de gracia». Aunque lo cierto es que los vecinos y los comerciantes de alrededor tampoco lo vieron con demasiados buenos ojos. «'Imagínate qué tipo de gente va a venir', decían. Y yo pensaba, pues sus maridos, por ejemplo».
Porque si bien la clientela actual de los sex-shops ha cambiado y entran hombres y mujeres a partes iguales, la de hace algo más de una década era eminentemente masculina. De todas formas, insiste, cada vez que le han preguntado qué perfil de clientes tiene siempre dice lo mismo: «Gente normal, la misma que te puedes encontrar en una panadería. Es decir, pocos jóvenes, y una mayoría de entre 35 y 70 años, aunque alguna mujer de más de 80 también viene».
La irrupción de la mujer en este mercado ha provocado, a su juicio, un cambio en el producto. «Antes los hombres eran los que compraban, para ellos y para sus mujeres, con la idea de que cuanto más grande y más real, mejor. Pero ahora es raro que una mujer quiera un vibrador de esas características. Para nuestra tranquilidad, ellas no buscan eso, lo que deja claro que el problema del tamaño es de los hombres», dice con sorna.
La experiencia le ha ido dando cierto bagaje, sobre todo en el trato de puertas para afuera. Se ha dado cuenta de que por mucha normalidad que quiera dotarle a la erótica, no deja de ser un ámbito en el que se demanda cierta discreción y reconoce que ha llegado a un punto en el que en cuanto el cliente sale por la puerta «me olvido de su cara». También es cierto que aprendió a la fuerza. Al poco de abrir la primera tienda en la capital guipuzcoana, en una época en la que además frecuentaba los platós de televisión, se cruzó por la calle con un cliente habitual al que le saludó «de forma efusiva». «Pequé de inocente», reconoce, «porque la siguiente vez que vino me llamó al orden», confiesa riéndose. Le sugirió que el buen rollo se quedara de puertas para adentro.
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Currículo
Carpintero en empresa familiar. Desde 1997: propietario de dos sex-shops. Y de 2003-2007, concejal por EA en el Ayuntamiento de Oiartzun.
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Es para una amiga
«Uno de los tópicos. Directamente le pregunto si lo quiere para regalo».
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Llamada a la policía
Un cliente que se quedó dormido en las cabinas y se despertó a la una de la mañana. Tuvo que llamar a la policía para que le sacaran de allí.
Porque pese a que el establecimiento ofrecía (y ofrece) variedad de opciones, nadie quiere que se le relacione con los espacios de encuentros «frecuentados fundamentalmente por hombres» o con las cabinas para ver películas, que se han convertido en un «espacio íntimo donde se puede elegir entre 15.000 pelis de todo tipo».
Un cliente encerrado
Entre los aprendizajes que le ha dado el oficio también está la capacidad de poner cara de póker cuando un cliente dice que ese producto que está comprando «es para una amiga. Es un clásico, por eso directamente les digo si quieren que se lo ponga para regalo. Las vergüenzas hay que respetarlas y hacer que los clientes estén a gusto. Ese es mi cometido», señala. Aunque para apuro el que tuvo que pasar un cliente que se quedó dormido en una de las cabinas y para cuando se despertó el sex-shop llevaba varias horas cerrado. «El pobre tuvo que llamar a la policía para que le abriéramos la puerta a la una de la madrugada», recuerda entre risas.
Se pone algo más serio para declararse completamente contrario al idioma del mercado «que vende la idea de que gel de calor es para las mujeres porque son frías, y el gel frío para los hombres, por todo lo contrario». Señala al cartel de fuera de la tienda donde pone 'Boutique erótica'. «Esto en realidad es una cacharrería. El componente erótico lo debe traer el cliente, siempre». Y considera que, ante la falta de educación sexual, es el mercado el que se convierte en referente «y eso no es bueno».
«Recuerdo cuando éramos jóvenes y mis amigos decían que cuando tuviéramos hijos no les dejarían venir a mi casa porque tengo mucho porno. Ahora les están dando un móvil con 11 años, donde tienen todo el porno del mundo y gratis». Iñaki tiene tres hijos y les habla a las claras de a qué se dedica y del erotismo. «Creo que es bueno. No digo que haya que tener relaciones sexuales delante de tus hijos, pero es bueno que sean cómplices de un afecto».
Su recomendación desde luego que es digna de eslogan: «En Euskadi tenemos que follar como comemos. ¿Bien? No. ¿Mucho? Tampoco. Disfrutando de todo el proceso», concluye.
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