Las amistades se rompen con palabras, las familias se separan con palabras y, mucho antes de que suene el primer disparo, una guerra comienza con ... palabras. Las palabras tienen el poder extraordinario de despertar emociones y alterar comportamientos. Hay palabras puente y palabras de alambre de espino, palabras que edifican y palabras explosivas que reducen todo a la ruina.
En los últimos años hemos normalizado la violencia de las palabras en el debate político. Esta hostilidad es especialmente elocuente en internet. Todos tenemos algún conocido que se transforma en un energúmeno cuando conduce. Algo parecido ocurre a algunos irresponsables políticos e intelectuales exaltados cuando navegan por la red. Bravucones digitales que denigran a sus oponentes, incitan al odio al diferente y no sienten reparo en deshonrar a las víctimas con el único objetivo de enardecer los ánimos de sus correligionarios.
Odiar no es delito pero cultivar el odio cosecha efectos desastrosos para la sociedad. España es el tercer país del mundo donde más ha crecido la polarización social, un 5.000 por ciento en los últimos diez años. El odio es insaciable pero puede frenarse. Desde su instauración, el carnet por puntos ha reducido a un tercio los fallecidos en accidente de carretera. Imagino que un carnet por puntos que castigara el insulto, la calumnia y el desprecio mitigaría el discurso político del odio y sus consecuencias en la convivencia diaria.
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