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Casi hay tantas ciudades como horas», escribió el anónimo autor de 'Sirimiri' el 10 de enero de 1975. Observaba en su artículo que nuestra Donostia ... va cambiando y adoptando diferentes ritmos a lo largo de los distintos momentos de cada día.
Viajemos cincuenta años atrás releyendo aquel bonito texto...
«A la hora de escribir sobre la jornada de ayer, jueves 9 de enero –cielo gris, cierto sol, temperatura amable– nos entra una grave duda. ¿Sobre cuál de las muchas ciudades que vimos ayer vamos a extendernos? Casi hay tantas ciudades como horas. ¿Vamos a recogerlas a todas ellas o vamos a hacer una suerte de selección? Veamos, en fin, cuántas ciudades nos salen».
«Hay una Donosti, la de antes del amanecer, que es realmente maravillosa. Los primeros habitantes necesitan la llave para abandonar sus portales. El cielo está negro, la noche no ha perdido un ápice de su vigencia. Gatos sigilosos, y presumiblemente clandestinos, escapan de peligros inconcretos, y lo hacen con maneras propias de animales fuera de la ley. No hay personas por la calle, no queda otro remedio que fijarse en los animales. Perros con aire de no haber pegado ojo en toda la noche caminan a saltos desordenados y nos miran con aire temeroso (...). La calle está desierta, confuso el cielo, lejano el amanecer».
«Hay otra ciudad muy diferente al mediodía. El cielo está lleno de luz y de gentes las calles. No hay niños en edad escolar, que encerrados en el colegio están, sino minúsculos bebés trasladados por Alderdi-Eder por madres evidentemente orgullosas. Luz, la ciudad está llena de luz (...). Bellas damas donostiarras entran y salen en los comercios, recorren las calles del centro, se sonríen unas a otras. Diligentes caballeros recorren muy deprisa las calles –«camina rápido, que así produces la impresión de estar atareadísimo»–, armados de carteras y portafolios y de un aire decidido que denota sin lugar a dudas hasta qué punto están dichos caballeros anegados de trabajo».
«A las seis de la tarde, la ciudad se muestra de nuevo diferente. Las puertas de los colegios se han abierto, y se arma la que se tiene que armar. Uniformes azules, verdes, chicle en las mandíbulas, he aquí a las generaciones que nos van a sustituir. El número de habitantes se ha duplicado, triplicado».
«Hay, en fin, una ciudad distinta. Son las tantas de la noche, la hora que usted quiera. Donosti está desierta. Un hombre que ha bebido demasiado dormita sobre un banco, un transeúnte retrasado camina vertiginosamente hacia su casa, vuelven los perros y gatos de que antes les hemos hablado, un sereno pasea su tedio y su largo bostezo se pierde a lo lejos, sonoro, con estremecimientos de frío...», terminaban hace medio siglo.
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