La máquina que me devolvió la vida
Decenas de vascos, como Martín y Sonia, han sobrevivido gracias al ECMO, un equipo de oxigenación extracorpórea
«Una tarde, la del 5 de enero de 2016, lo recuerdo perfectamente, salí a correr por el monte, como siempre. Hice 20 kilómetros y ... volví a casa. Me veía perfectamente, pero apenas dos días después, comencé a sentirme fatal. Mi médico me dijo que estuviera tranquilo, que sólo era una gripe, pero tenía que agarrarme a las paredes de mi casa para poder caminar. Decidí ir al hospital por mi cuenta. Tampoco pude hacerlo. No tenía fuerza ni para pisar los pedales del coche». Martín López Iglesias, un donostiarra de 47 años que llegó a jugar en la primera división de fútbol belga, no tenía ni idea de lo que le pasaba y mucho menos de lo que estaba aún por llegar.
La gripe A que había contraído se había convertido en neumonía. En el centro en el que quedó ingresado, sufrió después una nueva infección hospitalaria, que puso su vida en peligro. Veía por la televisión un partido de la Real Sociedad, cuando un médico entró en la habitación. «Le voy a bajar a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) y le voy a sedar para que esté más tranquilo», le dijo el facultativo. «¡Pero si yo me encuentro muy bien!», le contestó. «No se preocupe, es sólo un relajante», le aclaró piadoso el especialista. En ese momento, Martín tampoco sabía que tenía los días contados y que los profesionales que le atendían habían decidido poner su vida en manos del equipo ECMO del hospital de Cruces. Eran ellos o nada.
Ganar tiempo a la muerte
ECMO son las siglas en inglés de un tratamiento de rescate conocido como oxigenación por membrana extracorpórea que permite recuperar la función de los pulmones y el corazón cuando ni uno ni otro órgano pueden ya más. El equipo del hospital de Cruces, único grupo en el País Vasco especializado en este tratamiento, se puso en marcha en 2009, siendo entonces el segundo existente en España y a día de hoy también el único que da servicio a otra autonomía, que es La Rioja. «Es una máquina que nos permite ganar tiempo a la muerte. Gracias a esta técnica, disponemos de unos días extras en los que podemos intentar recuperar al paciente; y la mayoría de las veces, según en que casos, lo logramos», afirma satisfecho el cirujano cardiaco Roberto Voces, uno de los promotores de la iniciativa.
El dispositivo, según detalla la especialista en Cuidados Intensivos Victoria Boado -impulsora también del servicio- puede funcionar como un pulmón mecánico, un corazón artificial o incluso cumplir ambas funciones. La extracción de la sangre permite dejar en reposo el órgano que se pretende recuperar, que entretanto es tratado con los medicamentos y terapias que se consideren oportunas. La sangre después se devuelve al organismo perfectamente oxigenada, lo que favorece la recuperación del enfermo.
La técnica, en realidad, no es nueva. Comenzó a practicarse en el ámbito hospitalario en la década de los 70, pero tenía tanto riesgo, conllevaba tantas posibilidades de muerte, que durante décadas apenas experimentó desarrollo. En ese tiempo, se utilizó sólo como terapia de rescate para niños, fundamentalmente bebés nacidos con cardiopatías congénitas. La primera década de este siglo cambió el panorama para el ECMO de manera radical.
Sus opciones se dispararon ante la posibilidad de tratar a un mayor número de pacientes, no sólo niños, sino también adultos, la mayoría personas a la espera de un trasplante de corazón o de pulmón que no llega. A más experiencia, mayores posibilidades de éxito. De forma paralela, algunos centros también comenzaron a utilizarla como última esperanza para salvar a los afectados más graves de Gripe A. Después de la alerta mundial que dejó la epidemia del invierno de 2009/2010 en agua de borrajas, el virus se ha ido mostrando en las campañas sucesivas como una auténtica amenaza de muerte para la gente joven y de mediana edad. Los resultados obtenidos fueron un éxito y la oxigenación extracorpórea comenzó a cobrar el protagonismo que nunca tuvo.
Una semana en coma
Como el donostiarra Martín López Iglesias, la vitoriana Sonia Martínez Albéniz, 49 años, sabe de la eficacia del ECMO frente a esta enfermedad. El pasado 4 de enero, después de intentar combatir la infección típica del invierno con los medios a su alcance, ibuprofeno y paracetamol, la mujer acudió a su medico de cabecera en busca de una mejoría que no llegaba. El antibiótico que le recetaron no sirvió para nada y dos días después, «regalo de Reyes», según cuenta, ingresó en el hospital de Txagorritxu con una neumonía vírica y bacteriana. Cuando despertó del coma farmacológico, siete días después, se descubrió en la UCI de Cruces, conectada a una máquina que desconocía, comenzando una recuperación más lenta de lo que podía imaginar. Los días y semanas sedados dejan prácticamente a cero el tono muscular del organismo, que ha de ir recuperándose poco a poco.
En estos primeros once años de andadura, el hospital de Cruces ha utilizado el ECMO con un total de 125 pacientes, 19 de ellos en el primer semestre de este año, un dato que revela la cada vez mayor demanda del servicio. Los miembros del equipo están satisfechos con los resultados obtenidos, comparables a los de los mejores grupos del mundo, en París, Londres y Estocolmo. Los índices de supervivencia han mejorado año a año hasta superar el 50% en cirugía cardiaca . En respiratorio ronda el 70% y en la atención a los pacientes más graves de la gripe se ha llegado hasta el 88%.
El hospital en la ambulancia
Cuando el corazón y los pulmones se paran de manera repentina es muy difícil hacer nada; y ahí sólo se logra recuperar al 1% de los afectados. «Analizamos permanentemente qué hemos hecho y cómo podríamos mejorarlo, pero a la hora de valorar estos datos hay que tener en cuenta que se trata de pacientes que no tenían otra opción», argumenta la médico intensivista Mónica Domezain del Campo.
A la obtención de estos resultados ha contribuido de manera importante la decisión tomada por el equipo de Cruces de formar en ECMO a un equipo de enfermería y convertir las ambulancias en auténticas UVI móviles especializadas. Los pacientes ya no tienen que llegar al hospital para recibir el tratamiento, sino que un equipo especialmente entrenado va en su busca y en la misma ambulancia comienza la terapia.
La idea surgió con los primeros traslados con niños, que tenían que ser intervenidos en Madrid de complicaciones cardiacas congénitas, lo que también este terreno ha convertido al País Vasco en un modelo a seguir. «Hay que agradecer al personal de las UCI de otros hospitales de Euskadi, la Rioja, el de Valdecilla (Santander) y Madrid, porque muchas veces llegamos en el momento más inoportuno y siempre nos reciben maravillosamente», cuenta Olga Artiñano, del equipo de enfermería. «Sé que he vuelto a nacer», reconoce Martín, que tiene listo para su publicación un libro con sus días en la UCI. Sonia, que aún se emociona al recordarlos, justo acierta a decir una palabra: «Gracias».
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