Mucho se ha discutido sobre si las máquinas tienen creatividad o no. He defendido que sí, que las máquinas tienen creatividad. El título de mi libro «El robot enamorado, una historia de la Inteligencia Artificial» fue una «imposición» del editor, yo lo había titulado «¡Que inventen ellas (las máquinas)!».
Charlas con amigos me sugieren que el problema de no aceptar que las máquinas puedan ser creativas es que piensan que la creatividad implica que se trata de hacer algo nuevo de forma consciente. Que las máquinas sean capaces de inventar no significa que entiendan lo que han hecho. Por ejemplo, uno de mis primeros programas de IA (allá por 1968) creó dos preciosas palabras, que después utilicé en mis poemas: acuazul y gracilencios.
En un reciente artículo de «Scientific Reports», realizado por estudiantes de doctorado de la universidad de Arizona, cuyo primer autor es Kent F. Hubert, sometieron al famoso GPT-4 a tres test de creatividad en humanos (tarea de uso alternativo, tarea de consecuencias y tarea de asociaciones divergentes). Los autores encontraron que «en general, GPT-4 fue más original y elaborado que los humanos en cada tarea de pensamiento divergente, incluso cuando se controló la fluidez de las respuestas. En otras palabras, GPT-4 demostró un mayor potencial creativo en toda una batería de tareas de pensamiento divergente».
Dicho en roman paladino: la IA es más creativa que los humanos.