Nunca he sido habilidoso con las manos así que la única caja de herramientas que he acarreado de un lado para otro es una repleta ... de palabras. Revuelvo el fondo de la caja y encuentro, entre los utensilios, verbos martillo que clavan conceptos y emiten juicios, adjetivos, con punta de estrella capaces de aflojar las contrariedades más enroscadas y sustantivos pegamento que unen a personas y sellan acuerdos.
Enamorado de las palabras, no me tomé en serio la llegada de un nuevo idioma formado por caritas sonrientes y otros cientos de símbolos. Me equivoqué. El diccionario de la RAE contiene cerca de cien mil palabras pero un ciudadano de edad mediana no utiliza muchas más de mil. Una canción de reggaetón emplea una media de 30 palabras y sus oyentes manejan, para hacerse entender, menos de 400 palabras y 37 emojis.
Hasta ahora no había sufrido de comprensión lectora pero debo reconocer que me cuesta interpretar muchos emojis. Por ejemplo, las dos manos unidas al estilo del saludo japonés. Aún no he conseguido entender si expresan gratitud, piden disculpas o se utilizan para hacer una petición o ruego. Argumentan los expertos que los emojis han triunfado porque cada vez nos es más difícil traducir los sentimientos a palabras. Tiempos extraños. Cuánta ignorancia emocional debemos padecer cuando preferimos caer en el equívoco de un símbolo a escribir palabras tan sencillas como gracias, perdón o por favor. ( Aquí va una carita sonriente guiñando un ojo.)
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