Dejé de ser niño el día que cacé en el aire una mariposa. Escapó cuando abrí mis manos ahuecadas, tiñendo mis palmas de un polvo ... nacarado, y sentí que le había arrebatado una parte de vida. Desde entonces prefiero atraparlas con la mirada, admirar su aleteo imprevisible, tan bello y frágil como el de una flor que se atreve a volar.
Huevo, oruga, crisálida, mariposa. Ninguna especie simboliza de forma tan fiel la esperanza en poder reinventarnos. Quizá por ello están tan presentes en tatuajes, joyas, estampados, logotipos. En todas partes excepto en el aire. ¿Dónde están aquellas mariposas de nuestra infancia? En lo que llevamos de siglo se han reducido a la mitad, víctimas de los plaguicidas, la agricultura intensiva o la urbanización del campo.
Echamos en falta las mariposas por su belleza pero también están desapareciendo otros muchos insectos como los grillos, las libélulas, los saltamontes o las abejas. Quizá las abejas no sean tan bellas, pero si se extinguieran desaparecerían miles de plantas que dependen de ellas. Y, como consecuencia, los humanos moriríamos de hambre. Además de producir miel, las abejas polinizan casi todos los vegetales y frutas que comemos y también, los alimentos de cerdos, gallinas y otros animales.
El efecto mariposa es una teoría física que asegura que los pequeños cambios en la naturaleza generan consecuencias impredecibles. Que el aleteo de una mariposa aquí puede provocar una catástrofe en la otra esquina del mundo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión