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Una ducha

Plaza de Gipuzkoa ·

Guille Viglione

San Sebastián

Domingo, 24 de octubre 2021, 07:38

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Pocas sensaciones pueden competir con el placer de despertarse bajo una buena ducha. Me gusta el aroma de un jabón neutro, un champú de uso diario y una esponja que frote pero no rasque. Imprescindible, una buena presión de agua. El chorro de agua tibia traspasa el cabello y refresca las neuronas. Finos hilos de agua se estrellan contra la cara y los hombros y se llevan consigo las últimas brumas de la noche. Preocupaciones, perezas y otros malos espíritus resbalan por la piel hasta los tobillos y desaparecen por el desagüe.

A continuación, desperdicio unos minutos como si fueran gratis. Da igual que apremie la prisa, revivir exige un ritual minucioso. Absorto, en silencio, froto la felpa de algodón rizado contra la piel hasta hacer circular la sangre, mientras la inspiración rebusca alguna chispa en los entresijos de mi memoria.

Estamos tan acostumbrados a abrir el grifo y que brote agua que creemos que por eso la llamamos agua corriente. En realidad, el término proviene del tiempo en que se urbanizaron las calles. Fue una gran innovación que el agua siguiera un flujo, una corriente, por canales y tuberías hasta llegar al grifo de casa. Lo cierto es que, aún hoy, el agua corriente es muy poco corriente. En el mundo más de la mitad de la población no dispone de un baño en casa.

Mientras tanto, aquí, no todos los lujos son caros. Basta un corte fortuito en el suministro de agua para recordar que son los placeres simples los que sostienen la vida.

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