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Turistas observan un espectáculo callejero ayer en Donostia. Gorka Estrada

Del virus a la guerra

¿Te aburrimos, francés?

Turismo en Donostia ·

'Qué hacemos con el turismo' es la ecuación a resolver: por un lado, lo estimulamos y practicamos; por otro, nos declaramos saturados. Y todo no puede ser

Alberto Moyano

San Sebastián

Viernes, 7 de abril 2023, 07:26

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Dos de cada tres vecinos de Donostia consideran que la ciudad sufre saturación turística. Quién será el tercero. De todas formas, si alguien preguntara a los propios turistas, constataría que el sentimiento es recíproco: es probable que quienes nos visitan también opinen que estamos saturados. Al fin y al cabo, ¿alguien cree que los turistas no son los primeros en lamentar la proliferación de otros turistas? Vienen a conocer nuestra cultura, a probar nuestra gastronomía, a observar nuestros usos y costumbres y, en definitiva, a contemplar cómo evoluciona el donostiarra criado en cautividad y, ¿con qué se encuentran? Con otros turistas que deambulan por la ciudad al compás de la misma agenda de visitas «que no te puedes perder».

Ahora mismo, Donostia está siendo escenario de un acontecimiento histórico: no coincidían tantos madrileños y tantos franceses en un mismo espacio desde las Guerras Napoleónicas y si en aquella ocasión combatían por el territorio, ahora también, en forma de un hueco en las mejores barras de la ciudad. Los nativos, por supuesto, hemos desertado de ese campo de batalla. Así lo certificaba la semana pasada el premio que recogió la concejala donostiarra y que nos confirmaba como la ciudad más acogedora de España y la tercera del mundo. Somos acogedores, pero en ausencia, porque ya hemos renunciado al ocio en determinadas zonas de la ciudad. ¿Hay mejor anfitrión que el que te cede su casa, te deja las llaves y se muda a otra? Pienso que no y ahí despuntamos, también porque nos encanta irnos a hacer turismo.

Otra concejala del equipo de gobierno defendía hace unos días la elección en Gros para construir la segunda sede del Basque Culinary Center con el argumento de que será un proyecto tractor para el barrio. ¿Proyecto tractor? ¿Para Gros? ¿En serio? Pero si hablamos de un barrio en el que ya no quedan edificios sin al menos un piso turístico, tras un proceso de turbogentrificación como jamás hemos conocido. Qué lejos quedan aquellos debates que el tiempo hizo añicos sobre la inaccesibilidad del Kursaal. «¿Pero quién va a cruzar el puente en invierno para ir a Gros?» ¿Se acuerdan? Yo, sí.

El turista viene a conocer al donostiarra criado en cautividad y ¿con qué se encuentra? Con otros turistas

Nos debatimos en un dilema esquizofrénico, que oscila entre proclamar que «como esto no hay nada en el mundo» y exigir «que no vengan más turistas», y ahí nos hemos quedado atascados, sin comprender que despejar la incógnita consiste en asumir que lo uno conduce a lo otro: si efectivamente «como aquí no se come en ninguna parte», por tirar del tópico, parece normal que sean muchos los que deseen comprobarlo. Queremos más vuelos a Hondarribia, pero sólo para facilitar nuestra huida, no para que vengan otros. Queremos los ingresos que dejan los visitantes, pero ahorrándonos su presencia o, en el mejor de los casos, que los depositen mientras nosotros mismos estamos fuera, que suele ser en cuanto empalmamos cuatro festivos. Los franceses, ni eso: un solo día libre les basta para poner pies en polvorosa, cruzar la frontera y liberarse de la tiranía de ir a por la baguette. Al llegar aquí, se encuentran con sus iguales liberados de las mismas obligaciones.

Nos quejamos de nuestra masificación a la vez que masificamos las ciudades de los demás. Personalmente, el espanto que me puede causar una Donostia petada de turistas en unas fechas y zonas muy concretas, y perfectamente evitables –básicamente, el litoral–, palidece al lado del que me produciría toparme en el quinto pino del planeta con otros guipuzcoanos, todos haciendo lo mismo que yo. Sobre el papel, las posibilidades de que eso ocurra son remotas, pero la realidad ignora la estadística.

Dice Jep Gambardella en 'La Gran Belleza' que «los verdaderos habitantes de Roma son sus turistas» y seguro que lleva razón, pero abundemos en el tema: la tamborrada dura un día; el Carnaval, un fin de semana largo; la Semana Grande, siete días; la Navidad, dos semanas; pero a irnos de vacaciones le dedicamos más de un mes al año. Quizás nuestra verdadera identidad consista en ser turistas.

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