Secciones
Servicios
Destacamos
Observar una ciudad con ojos de quedarse siempre es diferente a mirarla como turista. Y hubo algo en ese primer mirar a Donosti como futura ... entrenadora de la Real Sociedad, incluso en esos tiempos de pandemia y niveles de vuelta a la normalidad, que me transmitía deporte y salud. Un bidegorri protagonista de las calles, la zona universitaria con pistas de baloncesto y mesas de ping-pong, el paseo de La Concha con sus gentes desfilando arriba y abajo con calzado deportivo, y todo el anillo multideporte de Anoeta. No sé si vemos lo que queremos ver, pero mi primer Donosti respiraba a vida deportista. En mis primeros viajes a Zubieta para ir a entrenar, la radio me contaba la huelga de pelotaris y yo trataba de entender un conflicto que, a mí, me sonaba muy poco familiar.
Frontón. Txapela. Pelotari. Palabras que tenía que normalizar en mi vocabulario para parecer menos de fuera. Cada noche, en el Teleberri, las noticias abrían indistintamente con las novedades del conflicto en los frontones, con reacciones a la regata del fin de semana o con algún nuevo fichaje del Bera Bera o el IDK Euskotren. A veces el protagonismo era para el fútbol, fuera actualidad de la Real, del Athletic, del Alavés o del Eibar. Y fueran hombres o mujeres. Quizás no sea novedad para quien lo considera rutina, pero a mí me maravilló que la información deportiva fuera tan polideportiva y tan sin género. No sé cuántas veces se lo contaba a mis compañeros periodistas en Catalunya cada vez que les llamaba para ponerlos al día: «Aquí hay otra mirada, aquí es otra cosa».
Después de cuatro años no sé si he llegado a vivir como una guipuzcoana pero he tratado de convivir con sus tradiciones y sus hábitos. He subido algunos de los montes más carismáticos que quedan cerca de Donosti, y voy a estar un buen tiempo saludando con un rotundo 'aúpa' cuando me cruce con un par de montañeros por cualquier cima. Me he quedado con ganas de Behobia, pero he seguido la Bandera de la Concha, tanto vibrando con aficionados ante la televisión de un bar como a tres olas de distancia desde una piragua. ¡Qué espectáculo! En grupeta con mis compañeros amantes del ciclismo en el staff o sacando un par de horas para airearme entre viajes, partidos y entrenamientos, hemos pedaleado unos cuantos kilómetros por esas carreteras serpenteantes que siempre tienen un 1% de pendiente de más. He aprendido con sudor y piernas que aquí no hay llanos, pero qué delicia mirar para los lados y ver verde, caseríos y animales. Un lujo, vuestro lujo.
No vengo de una ciudad sin tradición deportiva, porque también había consumido esa Barcelona de la Carretera de les Aigües, la Barceloneta y Montjuïc, pero ha habido algo diferente aquí. Quizás era yo. O quizás la Real, un club que es mucho más que un equipo y una ciudad. Es el territorio, son todos sus clubes, es la estrategia deportiva en los centros escolares, es conectar. Es ser o no ser. El orgullo de pertenecer tiene muchísimo valor y aquí es muy evidente. Mires donde mires, puedes ver color txuri-urdin en los balcones, o también banderas amarillas o verdes por Orio u Hondarribia en temporada de regatas. Puedes ver Illunbe o el Gasca vibrando con sus neskak. ¡Mucho deporte femenino profesional en la misma ciudad! Puedes disfrutar en Galarreta de la batalla entre el de azul y el de rojo. Puedes ir a ver hockey con caballos trotando al fondo. Y puedes, cada quince días, acercarte a animar al Z7. Garaipenerarte. Porque mi Donosti ha sido deporte y ha sido competir. Ha sido ganar mucho. Ha sido perder, también. Ha sido vida.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El mejor restaurante de comida sin gluten de España está en Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.