Se me ha hecho larga la semana. Desde que 'Hardpia' cruzó la meta en el María Cristina solo pienso en la Copa de Oro. Es ... como estar absorto. Los más cercanos me dan por perdido estos días. Para qué insistir, si solo piensa en los caballos. Hasta que me junto con vosotros, los que estáis leyendo esta columna que cada año apela al sentimiento, sin miedo a resultar redundante. Compartiendo esta afición es como más se disfruta.
Aunque pueda parecer vanidoso, creo es justo hacerle un hueco al orgullo. La Copa de Oro la hemos hecho grande por cómo la hemos cuidado entre todos. Y para cuidar, hay que querer. Nuestra utopía, muy lejos de la perfección, está en haber logrado llegar hasta aquí siendo nosotros mismos.
Ha tocado pasar por momentos muy complicados y al ser capaces de soportarlo casi todo, a veces nos conformamos con vivir a medias. Pero después de todo, nos merecemos disfrutar de lo bueno que tiene la vida. Y lo hacemos desde el convencimiento, como verdad absoluta, de que en un hipódromo todo es mejor. Porque ningún otro animal puede ser montado por miles de personas a la vez. Porque ninguna otra carrera se ha disputado tantas veces. La Copa de Oro es capaz de conectar la nostalgia de los mejores recuerdos con los sueños más anhelados. El tiempo le pertenece.
Cada vez que llega el momento de que se dispute la Copa de Oro, siento que lo esencial es invisible a los ojos. El sentimiento es tan profundo como inexplicable. Pero para qué explicar lo que se puede sentir. Y es que solo desde el corazón se puede ver bien.
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