Más pronto que tarde
Igual que con Ucrania o en su día Sudáfrica, el deporte, sobre todo el olimpismo, tendrá que afrontar la realidad en Palestina
Más pronto que tarde, el deporte también tendrá que afrontar la realidad en Palestina. Deberá hacerlo singularmente, el movimiento olímpico con unos Juegos a menos ... de un año vista. Al igual que adoptó una posición con Ucrania, la comunidad deportiva internacional está abocada a decidir qué pasa con Israel, si todo puede seguir igual o si le toca intervenir. La carta olímpica habla de «favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana».
Parece un guiño del destino que los Juegos vayan a ser en Francia, aliado tradicional de Israel, con una sensación de culpa a flor de piel por las deportaciones de la II Guerra Mundial y con la mayor población musulmana de Europa. París es la tormenta perfecta. Capital mundial de las manifestaciones, la ciudad de la luz no va a dejar correr esta cuestión como si nada, aunque el despliegue de seguridad va a ser abrumador.
El deporte es una gota de agua en el océano y sus fuerzas, insignificantes ante las de los fanáticos de la guerra y los adictos al máximo dolor ajeno, pero es una expresión social relevante y tiene repercusión. No es imposible que a la hora de la ceremonia de inauguración en París (26 de julio) sigan abiertos los conflictos de Palestina y Ucrania. Y, según se acerque la fecha, tampoco sería extraño que alguien recordase una vieja tradición del olimpismo: el boicot.
No fructificaron las presiones ante las últimas citas chinas, pero en el siglo XX, fue una herramienta habitual. Desde 1956 (Melbourne) a 1988 (Seúl), solo se libraron tres Juegos (Roma, Tokio y Múnich), y se aplicó sin excepción entre 1976 (Montreal) y 1988. No hubo causa del siglo XX sin su boicot olímpico: Hungría, Afganistán, la Guerra Fría, China, Corea... y el apartheid sudafricano. 26 países renunciaron a Montreal 1976 por ello.
La marginación del deporte sudafricano, singularmente del rugby, tuvo un papel relevante en el final del apartheid, según asegura John Carlin en 'El factor humano', ya que convirtió al país en un paria internacional y quebró la autoestima de los sudafricanos blancos, cuyo equipo, los Springboks, era fuente de orgullo identitario. Al serle arrebatado su lugar en el mundo, el efecto fue doloroso y fue un elemento más (secundario, pero visible) en el tránsito al fin del racismo institucional. El Comité Olímpico Internacional y la FIFA llegaron a expulsar a Sudáfrica.
En el mejor de los casos, los atletas rusos y bielorrusos competirán sin bandera en París. Israel no es una potencia deportiva, pero su papel no solo afecta al COI. Su mascarón de proa es el Maccabi de Tel Aviv de baloncesto y también hay un equipo ciclista de primer nivel con el nombre del país. La Euroliga de baloncesto y la Unión Ciclista Internacional tienen el problema en su mesa. Todo el deporte israelí está integrado en las estructuras europeas. Palestina no es miembro de pleno derecho de la ONU, pero sí del COI.
Las gradas de los estadios europeos ya han fijado posición, contraria a la de los despachos. «Favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana» es la obligación del olimpismo y del deporte en general. No es una tarea sencilla de cumplir en días como estos.
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