Solo Arturo Fernández llena diez días en Donostia: mucho más que 'chatín'

En su tiempo yo despotricaba del teatro comercial y prefería poner cara de interesante mientras veía una de esas obras experimentales en la que un tipo reptaba en pelotas por el escenario durante dos horas mientras sonaba una flauta.

Un día me tocó entrevistar a Arturo Fernández, hace muchos años. Fui lleno de prejuicios y perjuicios: para mí era ese personaje de la tele que hace el eterno papel de galán y repite lo de «chatín". Charlé con él y me sorprendió: respondía con una inteligencia y humor más contemporáneos de lo que imaginaba en un hombre de apariencia clásica. «Ven a la función y en el descanso entra al camerino a saludarme», me dijo.

Y fui a la obra, esa que siempre es la misma porque es la que pide su público, y entré al camerino. Era la segunda función del día, llevaba tres horas sobre las tablas y seguía como un campeón, como el funcionario que a mitad de jornada sale a echar un pitillo a la puerta de la oficina. El tío que estaba representando el viejo "glamour" en el escenario era en esa pausa, en el camerino cutre del Principal (tan cutre como todos los camerinos, con su tabla de plancha y sus perchas provisionales) un obrero de la escena. Y luego, como un Van Morrison, se escapaba del teatro por la puerta trasera mientras el público aún aplaudía en el patio de butacas.

Años después me lo encontré otra vez en la terraza de Rekondo en un mediodía memorable en que coincidieron también Plácido Domingo por su lado, la Duquesa de Alba por el suyo... Les juntamos en una foto que hasta salió en el Abecé.

Y aquí sigue Arturo, capaz de estar en escena tantas horas como Springsteen, sí, o como Raphael, otro personaje que me parecía 'antiguo' hasta que le conocí, primero, y vi sus conciertos después.

O me estoy haciendo viejo o esos que creemos mayores son a veces los más jóvenes. O las dos cosas.