Melomanía entre el hierro y el aire
Iñaki Salvador y Marco Mezquida prepararon para su encuentro en Chillida Leku una mezcla de jazz, riesgo y complicidad
Pablo de León
Lunes, 21 de julio 2025, 02:00
En el marco incomparable de Chillida Leku, tuvo lugar uno de los momentos más poéticos del Jazzaldia que comienza oficialmente este martes martes, pero ... que ya ha dejado dos deliciosos aperitivos. El ultimo este domingo, con el encuentro entre Iñaki Salvador y Marco Mezquida. Dos pianos, dos lenguajes, dos generaciones, y un solo latido compartido.
El recital arrancó con los dos virtuosos, acordeón en mano, desfilando por el prado del entorno hasta llegar al escenario y dando lugar a una representación inversa del flautista de Hamelin. Sin duda, una carta de presentación y declaración de intenciones con la que cautivaron al público desde el primer instante.
Salvador, con su característico lirismo contenido y una profunda sensibilidad armónica, estableció el tono emocional de la velada. Mezquida respondió con su exuberancia habitual, entretejiendo disonancias juguetonas y ráfagas de lirismo romántico. El diálogo fue creciendo como una escultura invisible: formas sonoras que se elevaban y se deshacían en el aire.
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El programa, lejos de ceñirse a un repertorio cerrado, se construyó como una conversación improvisada en la que el jazz fue punto de partida y no destino. Hubo guiños, entre otros, a Horace Silver, Chick Corea, Bill Evans y Tete Montoliu, pero también dejaron espacio para sus propias composiciones.
La reformulación de los temas, con absoluta libertad y respeto, dejó latente la destreza de ambos intérpretes. Pieza tras pieza, lograron que el oyente perdiera la noción del tiempo, gracias a su mezcla de fragilidad melódica con una tensión rítmica casi minimalista.
Escucha mutua
La compenetración entre ambos músicos fue palpable, aunque no exenta de riesgos. Hubo instantes de vértigo, especialmente cuando Mezquida llevó al límite los registros graves del piano, provocando a Salvador a seguirlo en una espiral de clústeres y ostinatos. Pero fue precisamente en esos momentos de desequilibrio controlado donde emergió la verdadera esencia del encuentro: la celebración de la escucha mutua, de la confianza y del riesgo compartido.
El público, contenido y respetuoso, supo entregarse en los silencios tanto como en los aplausos. Encandilado por las armonizaciones de ambos pianistas, acogieron con la misma intensidad cada propuesta que el donostiarra y el menorquín les lanzaban desde el escenario.
Lo vivido en Chillida Leku fue mucho más que un concierto. Fue un acto de creación compartida, entre dos miradas artísticas y una celebración de la belleza. Una noche donde la música, al igual que las obras del lugar, quedó suspendida entre el hierro y el aire.
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