Nos lo hemos llevado todo por delante, no queda ni el 10% de lo que hubo», lamenta Aitor González después de haber hecho un estudio sistemático de las murallas que rodearon a las principales poblaciones guipuzcoanas. El historiador vizcaíno ha invertido más de dos años en la elaboración del libro 'Murallas de Guipúzcoa', un monumental repaso sobre el origen y el desarrollo de las construcciones defensivas que rodearon a las 25 principales localidades del territorio.
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El volumen, que acaba de ser publicado, arroja luz sobre un elemento del que existen escasas referencias bibliográficas más allá de investigaciones circunscritas al ámbito de la arqueología.
Las murallas fueron el santo y seña de las villas en la Edad Media. Lo sabe bien el historiador de Portugalete Aitor González, que ha invertido buena parte del tiempo libre que le deja su trabajo en un centro sanitario para estudiarlas. «A unos les da por coleccionar sellos o cómics, a mí me dio por los castillos, las murallas o las casas torre», sonríe. Producto de esa pasión por las antiguas fortificaciones son los nueve libros que ha publicado en los últimos años sobre otras tantas murallas de poblaciones vizcaínas. Agotado el 'filón' de su territorio, el historiador decidió saltar la muga y explorar las defensas de las principales villas medievales de Gipuzkoa.
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Las 25 murallas de Gipuzkoa
Las murallas, razona el autor, son los elementos que definen a los núcleos urbanos en el Medievo. «La muralla –escribe González– llegó a tener tanta importancia que se convirtió en todo un símbolo de poder: no se entendía una villa sin su muralla. Esta aportaba una imagen de seguridad, de poder económico y político; era lo primero que veía el caminante al llegar a la villa, y la demostración de la pujanza que habían alcanzado los habitantes de intramuros. Muy pocas villas prescindieron de este elemento tan profundamente simbólico».
Los núcleos urbanos en el País Vasco surgen sobre todo a partir del siglo XIV. «El principio de este proceso fue realmente lento: la parte más oriental de Guipúzcoa estuvo durante buena parte del siglo XII bajo dominio navarro, cuyos reyes parece que solo se preocuparon por procurarse una salida al mar y la encontraron en San Sebastián, fundada posiblemente por Sancho el Sabio hacia 1180. El posterior proceso fundacional –continúa González– se desarrollará con idéntica lentitud, hasta el punto de que podemos decir que la realidad urbana aparece en nuestra provincia con los reyes castellanos, quienes se lanzarán decididamente a crear núcleos de población agrupada. De hecho, de las 25 villas medievales guipuzcoanas, 13 se crearán por exclusiva iniciativa de la monarquía castellana».
Puertos y valles
La inseguridad causada por las guerras banderizas que asolaron durante buena parte de los siglos XIV y XV el País Vasco favoreció también la creación de poblaciones amuralladas para la defensa de sus pobladores. «Los reyes de Castilla –precisa el autor– se preocuparon primero por crear una red de puertos costeros para el comercio con otras poblaciones europeas con la fundación por ejemplo de Mutriku, Getaria y Hondarribia a principios del siglo XIII». Una vez asegurada la salida al mar de productos como la lana castellana, se fomentó la creación de villas fortificadas en el interior siguiendo los caminos que recorrían los principales valles del territorio. «Las murallas se hacían imprescindibles si se quería afianzar el comercio de los puertos costeros y del interior, y ofrecer seguridad a los habitantes de un poblamiento agrupado ante los desmanes de la violencia» de los clanes banderizos.
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Las 25 poblaciones amuralladas que se estudian en el libro son San Sebastián, Hondarribia, Azkoitia, Azpeitia, Usurbil, Zestoa, Deba, Eibar, Elgoibar, Elgeta, Getaria, Hernani, Arrasate, Mutriku, Ordizia, Orio, Soraluze, Errenteria, Leintz-Gatzaga, Segura, Tolosa, Urretxu, Bergara y Zumaia. Las dos primeras, Donostia y Hondarribia, son por su ubicación estratégica las dos únicas que lucen fortificaciones abaluartadas. «Son dos enclaves próximos a la frontera y por tanto muy expuestos a las incursiones francesas, de ahí que sean murallas que vayan evolucionando y adaptándose a los avances de la ingeniería militar», apunta González.
Hondarribia y Leintz-Gatzaga son las dosúnicas poblacionescon restos significativos de sus antiguas defensas
Las murallas del resto de las localidades estudiadas mantuvieron durante siglos su estructura de origen medieval. Una estructura que desapareció de la noche a la mañana con la expansión urbanística acelerada que se produjo desde finales del XIX. «En realidad, salvo las excepciones de Hondarribia y Leintz-Gatzaga, que todavía conservan restos significativos de sus murallas, se puede decir que apenas quedan restos de aquel pasado. Calculo que apenas se mantienen en pie el 10% de las murallas que hubo».
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El último resto
González ha buceado en archivos y viejas publicaciones para rescatar del olvido aquellas estructuras. «Han sido dos años de intensa investigación, con viajes frecuentes para averiguar y estudiar sobre el terreno los restos de las murallas. He tenido muchas conversaciones con vecinos de edad avanzada que aún conservaban memoria de las murallas antes de su destrucción», dice. El proceso ha dado pie a un rico anecdotario: «Un hombre de Usurbil me enseñó que junto a su casa había lo que probablemente es el último resto de la antigua muralla del pueblo, un trozo de apenas un metro del que nadie tenía conocimiento».
Murallas de gipuzkoa
Autor: Aitor González Gato
Editorial: Autoedición.
Páginas: 640.
Precio: 30 euros.
Librerías: Elkar.
El fuerte crecimiento que experimentaron las localidades guipuzcoanas desde finales del XIX explica la desaparición de las estructuras que las protegieron durante siglos. «Así como en territorios cercanos, caso de Álava, muchos pueblos lucen aún sus murallas medievales porque apenas se han desarrollado, en Gipuzkoa se puede decir que solo quedan restos testimoniales salvo excepciones como Hondarribia o Leintz-Gazaga». La población fronteriza, añade el historiador, todavía tiene en pie el 60% de sus antiguas defensas mientras que en la antigua Salinas de Léniz aún sobreviven cuatro de sus puertas de entrada medievales.
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Frontones y aparcamientos subterráneos
Las murallas de las villas medievales no solo desempeñaron funciones defensivas. También se utilizaron como parte de la estructura de diferentes construcciones, entre ellas viviendas, o incluso para el ocio. Hay testimonios que relatan cómo los donostiarras aprovechaban por las tardes las explanadas que se extendían fuera de las murallas para jugar a los bolos y a la pelota. «La costumbre de usar la muralla como frontón es muy común en las villas vascas e incluso hoy en día se puede apreciar en Getaria, cuyo frontón forma parte de la estructura defensiva», explica Aitor González.
El historiador recuerda además que una parte –unos 200 metros– de las antiguas murallas de San Sebastián se puede ver en el aparcamiento que hay bajo el Boulevard. Es un resto que le ha servido al autor para reconstruir el antiguo trazado amurallado de la ciudad por medio de infografías digitales, una tarea que ha realizado también en el resto de las localidades que aparecen en el libro. «Es un libro muy visual, con mucha ilustración, para que los lectores puedan hacerse a la idea de cómo eran hace unos pocos cientos de años las 25 villas que he estudiado».
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